San
Juan de la Cruz:
en
el camino de la perfección
Jorge Capella
Riera
En una noche oscura,
con ansias, en
amores inflamada
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.
(Primera estrofa de Noche
oscura. San Juan de la Cruz)
Introducción
La vida de San Juan de la Cruz corre
paralela a la de Santa Teresa de
Jesús, la Madre Teresa. El común empeño que los
llevó a reformar su orden los mantuvo unidos durante décadas. También la
cercanía motivada por el interés místico de sus espíritus. A pesar de ser San
Juan treinta años más joven, ella fue para él una hija y él para
ella un padre.
Esta íntima cercanía y el hecho de
haber escrito un artículo sobre la santa
me han motivado a hacer lo propio sobre el santo.
Las fuentes sobre San Juan de la Cruz son
ricas y variadas, pues ya en vida removió muchas conciencias, dejando
impresiones duraderas en aquellos que le conocieron. El interés que despertó en
su tiempo hizo que al poco de morir se redactasen varias biografías, y se
tomase declaración a numerosos testigos. Es pues una vida documentada, que
puede ser descrita con gran realismo.
Sin embargo, hay autores que señalan que en
la época del barroco se hacían biografías barrocas, forma que presentaba unos
rasgos distintivos de su tiempo. Las biografías del siglo XVII español no
tenían la finalidad informativa que se entiende hoy, sino más bien una función
ejemplarizante. Esto afecta a cualquier Vida de San Juan de la Cruz que quiera
redactarse actualmente, porque una parte significativa de la información
disponible proviene de biografías de la época.
Por otra parte, en el caso de San Juan de
la Cruz, la persona llega descrita a través de otros autores. Lo poco que él
dice de sí mismo, apenas dibuja la persona, que queda oculta tras la figura del
santo y tras el muro de un discreto afán, llámese si se quiere humildad, por
pasar desapercibido.
“Su
biografía, diría Mancho Duque (2005), despojada
de cualquier anécdota personal o del trasunto de determinadas circunstancias de
una sociedad concreta y de una específica coyuntura histórica, revela una
inteligencia privilegiada, una extraordinaria sensibilidad y una decidida
voluntad de autenticidad y coherencia personales sin fisuras.”
En este artículo, al abordar la vida del
santo trato de valerme de autores antiguos y modernos y de trazar los rasgos
grandes y medianos sin considerar las anécdotas que sobre él se han escrito.
Trato de respetar el lenguaje de la época.
Su vida
es una parte destacada de las materias sanjuanistas que con el estudio de su pensamiento/doctrina
místico, el análisis y disfrute de su poesía, la interpretación simbólica de su
obra y la caracterización de su psicología conforman los temas principales de
interés que voy a desarrollar con la
extensión que un escrito de ese tipo aconseja.
Lima,
diciembre del 2014
Vida
La
existencia de nuestro protagonista fue muy rica y compleja. Es por ello que he
dividido esta primera parte en seis apartados: primeros años, carmelita, reforma y fundaciones,
padecimientos y humillaciones, obras y finalmente fallecimiento.
Primeros años
Nació en
1542, en Fontiveros, un pequeño pueblo de Ávila y se le puso el nombre de
Juan [1]
Yepes. Fue el segundo de los tres hijos del matrimonio formado por
Gonzalo de Yepes, miembro de una noble
familia, y Catalina Álvarez, de pobre
condición, con la cual se casó enamorado en 1529. El matrimonio fue repudiado
por su familia y Gonzalo quedó sin dinero ni oficio, obligado a aprender el de
su mujer, que era tejedora de sedas. Pese a todo en ese hogar cristiano
había fe y amor. De la infancia de Juan en el pueblo no se
sabe gran cosa, solo que era muy piadoso.
Su
padre muere pronto y la viuda se ve obligada a grandes esfuerzos para sacar
adelante a sus tres hijos. El éxodo fue inevitable y Catalina y sus tres hijos marcharon primero
a Arévalo y luego a Medina del Campo que era el centro comercial de Castilla.
Allí malviven con muchos problemas económicos, arrimando todos el hombro. Con
todo, la serenidad
y el valor no faltan pues como dirá más tarde aquel niño de nueve años, «la
confianza en Dios es la mejor alforja».
Como
afirman los autores estudiados, Juan ingresó en un Colegio de la Doctrina, institución
de beneficencia que recogía niños pobres -huérfanos sobre todo- a quienes
atendían en sus necesidades primarias y daban una primera educación y oficio.
Además de estudiar Juan debía prestar servicios humildes en el Hospital de la
localidad. Es de mencionar que se
distinguió sobre todo como un discípulo agudo.
Más tarde comenzó a estudiar Humanidades en el Colegio de la
Compañía de los Jesuitas, recién fundado en 1551. Dado que terminó sus estudios
en el año 1563 se estima que debió empezarlos cuatro años antes, en 1559. Los
estudios allí realizados fueron de tipo humanista, directrices
de la «ratio studiorum», que
preconizaban los jesuitas, saliendo de allí al menos con conocimientos de
griego, latín y retórica, y habiendo aprovechado bien en ellos. En estos años
tomó su primer contacto con los clásicos latinos y españoles y al mismo tiempo vivió las nuevas corrientes del humanismo cristiano, con estilo y comportamientos renovados en la
pedagogía.
Carmelita
Manchón (2005) nos advierte que la elección de Juan por
la Orden del Carmen se ha querido rodear de una aureola de revelación milagrosa
o talante reformador. No hay tal. Le guiaba más el amor a la Virgen como
aseguran algunos que le trataron entonces.
En efecto, acabados sus estudios con 21 años, Alonso
Álvarez, el administrador del Hospital, quiso que se ordenara sacerdote y
quedase al servicio de la institución, lo que habría permitido solucionar en
parte los problemas económicos de la familia. Pero, convencido de su vocación,
un día se acercó al convento que los Carmelitas habían fundado en Medina tomando los
hábitos el 24 febrero de 1563, con el nombre de Juan de San Matías.
Después de
la profesión obtuvo licencia de sus superiores para seguir estrictamente la
regla original carmelita, eminentemente contemplativa y marcada por la soledad, la renuncia y el
silencio.
Sus
superiores le enviaron a Salamanca para cursar estudios en la Universidad
del mismo nombre que vivía -en esos tiempos- su época de mayor esplendor, tanto por la calidad
de sus docentes como por su enseñanza. La formación recibida con los jesuitas
constituirá la plataforma idónea para el acceso a esta casa de estudios como
aventajado alumno.
Los carmelitas disponían en Salamanca del Colegio de San Andrés,
que tenía categoría de Studium generale por lo que disponía de estudios propios.
Fray Juan de San Matías aparece matriculado en la
universidad el 6 de enero de 1565 junto al resto de alumnos del Colegio que
llevaban un doble régimen de estudios, los del colegio y los universitarios.
En la universidad las clases se impartían en latín. La
enseñanza estaba influida por el tomismo,
aunque los maestros tenían libertad para comentar, ampliar, refutar o enmendar
al aquinate, introduciendo elementos platónicos o averroístas.
En general, había un ambiente liberal que admitía a discusión cualquier sistema
u opinión.
Dentro del Colegio, por su parte, se estudiaba teología a
través de las obras de destacados maestros de la orden. Se sabe que aprovechó
bien sus estudios, porque fue nombrado prefecto de estudiantes.
Estas dos vertientes le dieron flexibilidad de
pensamiento lo que le ayudó a
fundamentar y estructurar su futura teología mística. Al respecto, las primeras inquietudes pudieron ocuparle el año 1567.
Además, según Mancho Duque,
existe la posibilidad de que el Carmelita asistiera a materias ajenas al
propio curriculum, como la explicación
de los Cantares de Salomón, en la cátedra de propiedad de Lenguas Semíticas o
escuchara las teorías copernicanas, en parte admitidas por los estatutos
salmantinos de 1561, toda vez que se han rastreado influjos copernicanos en la
concepción del alma por parte del santo. Incluso se ha apuntado la hipótesis de
un conocimiento indirecto de Algazel y de Averroes a través de Baconthorp, por
esta misma época.
En
1567 fue ordenado sacerdote y regresó a Medina del Campo para celebrar su
primera misa rodeado del afecto de sus familiares.
Sinembargo,
abrumado por las responsabilidades del ejercicio del sacerdocio e insatisfacción con el modo de vivir la experiencia
contemplativa en el Carmelo, considera irse a la Cartuja, mucho más penitente
y recogida. Es este el momento que Teresa de Jesús se
cruza en su camino para detenerle.
El encuentro de estas dos almas
elegidas; la primera entrevista de esta mujer de cincuenta y dos años, rica en
experiencias internas, que ha unificado completamente su doctrina, con el monje
desconocido de veinticinco años, que, maduro en la primavera, ha recogido él
mismo sus ideas directrices y sabe a dónde va. El contrato moral pactado por
estos dos grandes genios, diferentes en verdad, pero semejantes, no siempre por
el camino recorrido, aunque sí por la meta a que caminan; ese encuentro es
evidentemente una de las fechas más conmovedoras en la historia cristiana de la
Humanidad.
El
santo decide, en la espera de la creación de algún monasterio, volver a Salamanca
e iniciar estudios de Teología durante el curso 1567-68, pero sin intención de
culminar su carrera académica. En efecto sólo termina un curso por lo que no
obtuvo el grado de bachiller.
En
agosto abandona Salamanca para acompañar a Teresa en su fundación femenina
de Valladolid. El 28 de
noviembre de1568 funda en
Duruelo (Ávila) el primer convento de la rama masculina del Carmelo Descalzo
siguiendo la «Regla Primitiva» de
San Alberto esto es, un establecimiento que propugna el retorno a
la práctica original de la orden. Durante la ceremonia cambia su nombre
por el de fray Juan de la Cruz.
Se ha sugerido,
nos indica Mancho Duque, la posibilidad de que durante su permanencia
en Ávila el santo tuviera tiempo y ocasión de realizar amplias lecturas,
escolásticas y místicas e, incluso, de madurar en su experiencia espiritual y
poética. En esa época, en esta ciudad, en gran apogeo cultural, artístico y
religioso, existía un Estudio General de los Dominicos, además del Colegio de jesuitas de San Gil, en el que residían
teólogos como Suárez, y pedagogos como Ripalda o el propio Juan Bonifacio,
preceptor de Juan de Yepes en Medina del Campo. Otros especialistas han
insistido asimismo en que estos años constituyeron una etapa de preparación
para la creatividad absoluta de los inmediatamente siguientes. "Debieron
perfilarse y quizá definirse allí la originalidad de su pensamiento, la fuerza
de su inventiva y la urgencia de la escritura."
Por aquel entonces, en 1580, la Universidad de Baeza, pequeña en relación con Salamanca y Alcalá, tenía sin embargo fama. Había
sido fundada en 1540 por Rodrigo López y Juan de Ávila que habían promovido sobre todo las humanidades. La apertura del colegio
movió a un intercambio en dos sentidos, como ya había ocurrido en Salamanca.
Por una parte, los alumnos del Colegio cursaban estudios en la Universidad y,
por otra, alumnos y catedráticos de la Universidad se acercaban al Colegio de
los Descalzos para tratar con fray Juan temas de doctrina y sagrada escritura.
Se organizaban discusiones públicas en el Colegio, al modo de las
Universidades. La actividad colegial se completó con las actividades propias de
la vida activa y de la vida contemplativa. Se reza, se barre, se friega, se
celebran oficios, se hacen penitencias.
También en esta época, Fray Juan de la Cruz dedicó mucho
tiempo a la guía y formación de espíritus. La mística era en aquellos tiempos
un afán relativamente común en toda clase de gentes y no exclusivo de frailes y
monjas. La dificultad de encontrar un director espiritual experimentado, que
supiese señalar y corregir las desviaciones que podían producirse hizo que fray
Juan fuese visitado y requerido por muchas personas, de la ciudad y del
entorno, como confesor y director espiritual. Frecuente en esos tiempos fue que
recorriese periódicamente las distintas fundaciones descalzas de monjes y
monjas para ocuparse de su dirección espiritual. Además de eso, muchos
particulares que querían cultivar su espíritu acudían a él.
La guía de fray Juan era, según los relatos de los propios
afectados, dulce pero rigurosa, corrigiendo su quehacer de modo suave y
progresivo. Para mitigar la distancia solía escribir pequeñas notas con
consejos que remitía a los interesados.
En Duruelo, con el sayal estrecho y
corto, que a toda prisa le han hecho las monjas de Medina, y el rosario y
correa pobres, los pies descalzos y una cruz pequeña en el pecho, Fray Juan
sale a predicar por los pueblos del contorno, acompañado a veces por un hermano
suyo. Después de cumplir su ministerio, busca una fuentecica, saca un poco de
pan y queso y lo come en santa alegría. Tal vez fue en uno de estos momentos
cuando improvisó aquella estrofa sublime:
«¡ Oh cristalina fuente!
¡Si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!»
¡Si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!»
Para
concluir este período de su vida diré que para algunos escritores, las duras
circunstancias de desnutrición durante su niñez tuvieron como consecuencia
cierta endeblez en su estructura física. No obstante, «Era—dice uno de sus biógrafos—de estatura entre mediana y pequeña, bien trabado y proporcionado el
cuerpo, aunque flaco, por la mucha penitencia que hacía. El rostro, de color
trigueño, algo macilento, más redondo que largo; calva venerable, con un poco
de cabello delante. La frente ancha y espaciosa, los ojos negros, con mirar
suave; cejas bien distintas y formadas; nariz igual, que tiraba un poco a
aguileña; la boca y labios, con todo lo demás del cuerpo, en debida
proporción.»
Y
en cuanto a su personalidad, Zimmerman (2014) señala que “San Juan ha sido
representado a menudo como de un carácter austero; no hay nada más falso. Era
de hecho austero en extremo con él, y, en cierta manera, también con otros,
pero tanto de sus escrituras y de las declaraciones de aquéllos que lo
conocieron, le vemos como un hombre que derrama caridad y bondad, una mente
poética profundamente influenciada por lo bello y lo atractivo”.
Al ser muy agudo y hábil, amaba las letras y fue capaz de proveerse de una abundante cultura lo que se
demuestra en sus resultados en los
estudios. Emocionalmente tenía una inocencia sencillísima y un trato sin género
de doblez ni malicia.
Reforma y Fundaciones
En los siglos XIV y XV cundió la opinión de que la regla
primitiva de la Orden, a la que ya he aludido,
era demasiado rigurosa por lo que el
Papa Eugenio IV concedió una mitigación, consistente en levantar el ayuno, el silencio, la
separación de celdas y la prohibición de comer carne. Esta regla, llamada
mitigada, se siguió desde entonces en casi todos los conventos, incluido el de
Medina.
Pero en 1567
andaba la Orden revuelta por el empeño que ponía una mujer en reformarla. Teresa de Jesús tenía, desde hacía unos meses, el beneplácito de sus superiores para fundar
conventos de monjas en Castilla. Había pedido además permiso para extender la
reforma a los frailes, y andaba buscando algunos que pudiesen comenzarla. La
madre Teresa llegó a Medina del Campo el 14 de agosto de ese año con intención de fundar su segundo convento de
Descalzas.
Allí le hablan de un virtuoso estudiante de Salamanca,
que en esos días había venido a cantar su primera misa. Era el propio fray
Juan, con quien se entrevistó en septiembre u octubre de ese año, tal como
hemos visto.
Juan de la
Cruz, junto a dos compañeros, un antiguo prior y un hermano laico inicia la reforma de los frailes, el 28 de Noviembre
de 1568, fundando el primer convento de
Carmelitas Descalzos. En él se practicó
a ultranza la contemplación y la austeridad.
En
1570 la fundación se trasladó a Mancera, donde
Juan desempeñó el cargo de subprior y maestro de novicios. En 1571,
después de una breve estancia en Pastrana, donde puso en
marcha su noviciado, se establece en Alcalá de Henares como rector del
recién fundado Colegio convento de Carmelitas
Descalzos de San Cirilo. Fray Juan se quedó en esa ciudad y ya no
volvió más a Mancera. La casa donde empezó la reforma se aparta así de su
camino.
Juan se convierte en uno de los
principales formadores para los nuevos adeptos a esta reforma carmelitana. En la primavera
de 157, Santa Teresa lo invita
a ser Vicario y confesor de las monjas de la Encarnación, comunidad de
la que era priora, tras superar una serie de dificultades y crisis internas. En
este cargo permanecerá hasta diciembre de 1577, por lo que pudo acompañar a la
Madre en la fundación de diversos conventos de Descalzas, como el de Segovia.
En
septiembre de 1576 se convocó en Almodóvar una junta de descalzos
que reunió a los superiores de los nueve conventos de la Reforma. Fray Juan de
la Cruz fue invitado a acudir en deferencia a su condición de primer descalzo.
En ese capítulo se aprobó una Constitución que establecía un equilibrio entre
la vida activa y la contemplativa, escasa en esta última para las tesis que
defendía fray Juan. Además de la regulación interna se tomaron algunas medidas
para defender su posición de los ataques externos. También se acordó enviar a
Roma a dos Padres para defender ante el Papa la reforma de los ataques que
recibía.
En
junio de 1579 salió para Baeza, entonces ciudad universitaria, donde por
aquellos años se respiraba un clima de efervescencia religiosa, para fundar un
colegio destinado a los estudiantes carmelitas. Allí permaneció hasta 1582 en
calidad de Rector del Colegio Mayor, cargo que pone de relieve, como antes en
Alcalá, el reconocimiento de su preparación intelectual. A pesar de las
estrechas relaciones con la Universidad, rehusó propuestas de docencia.
Según
Mancho Duque, en Baeza escribió probablemente las estrofas 32-34 del Cántico,
inició la redacción de la Subida y algunas declaraciones de otras estrofas del
Cántico.
Durante
este tiempo, expresa la misma escritora, las negociaciones entre España y la
Santa Sede habían entrado en una fase en la que la reforma de las órdenes de
España quedaba encomendada a los ordinarios bajo la dirección de la Corona.
Confluyeron, por tanto, entonces dos directrices reformadoras: por un lado, la
reforma del Rey, independiente de las disposiciones de la Reformatio
Regularium de Trento, y,
por otro, la reforma propugnada por los Papas.
Las confrontaciones
jurisdiccionales iban en aumento hasta el punto de hacerse perceptible la
necesidad de independencia para la rama de los Descalzos. Así, primeramente, en
1580, el Carmelo Descalzo se erige en provincia exenta, mediante un Breve
expedido por Gregorio XIII; poco
después, en 1588, será reconocido como Congregación, esto es, como Orden con
personalidad propia, que, coherentemente, guardará lealtad absoluta a la
monarquía española, su gran favorecedora.
Dentro de la Orden continuó la progresión ascendente de sus
responsabilidades. En el capítulo de Alcalá de Henares de 1581, se hace la
escritura oficial de la separación de los Calzados y la Reforma y Juan es nombrado tercer Consejero. Regresó a
Baeza por poco tiempo pues se le encomendó el Priorato de Los Mártires de
Granada. En noviembre viajó a Ávila para tratar con Teresa de Jesús acerca de
la fundación de las descalzas de Granada, con la pretensión de incorporarla a
esta comunidad, gestión que no progresaría, pues la Madre programaba una nueva
fundación en Burgos. El último encuentro entre los dos cofundadores del Carmelo
Descalzo se produjo el 28 de este mes.
En enero de 1582 viajó a Granada donde trabaría
conocimiento con Dña. Ana de Mercado y Peñalosa a quien Juan
de la Cruz dedicaría la Llama de amor viva. En marzo
tomó posesión del Priorato de los Mártires, donde permanecerá hasta 1588, el
periodo más largo de su vida como religioso descalzo. En este convento recibió
la noticia de la muerte de la Madre Teresa en octubre de 1582. En 1583 asistió
al Capítulo de Almodóvar del Campo, como Superior de Granada, donde cesó como
Consejero pero fue reelegido Prior de Los Mártires para otros dos años y
confirmado Vicario de Andalucía por el mismo periodo de tiempo.
En 1585 asistió al capítulo de Lisboa, donde fue elegido
segundo Definidor y en abril de 1587, en el Capítulo de Valladolid, cesa como
Definidor y Vicario de Andalucía, pero es nombrado por tercera vez Prior de
Granada, cargo en el que se mantendrá hasta 1588, en que se celebrará en Madrid
el Primer Capítulo General del Carmelo Teresiano.
Según nos cuenta Mancho
Duque, el primero de junio de 1591, fray Juan dejó Segovia para asistir en
Madrid a un nuevo capítulo en el que quedó relegado de todo gobierno e impedido
de asumir el gobierno de las monjas. A cambio se le ofreció marchar a México, para dirigir una expedición de
doce frailes,
a pesar de que su talante espiritual e intelectual no se ajustaba -en modo
alguno- al perfil de un misionero. Aunque de primeras
aceptó, cambió luego de parecer, y se le ofreció volver de prior de Segovia.
Fray Juan rehusó este segundo ofrecimiento y solicitó ser relevado de cualquier
oficio dentro de la orden con objeto de poder ocuparse de su propia alma.
Para su
honra y veracidad, quiero concluir con
que nuestro santo fue un fraile de cuerpo entero.
Padecimientos y
humillaciones
El Papa
Benedicto XVI (2011) nos dice que la adhesión a la reforma del Carmelo no fue
fácil y a Juan le costó también graves sufrimientos. Mancho Duque escribe que hacia 1574 “en el seno de la Orden del Carmen se habían agravado las tensiones jurisdiccionales entre los carmelitas calzados y descalzos, debido primordialmente a distintos enfoques espirituales de la reforma conflicto que tuvo que experimentar San Juan en Salamanca y quizá en Medina.”
El pleito entre la curia romana y el Papa Felipe II, reticente ante Roma y promotor de una reforma "a la hispana", radical y rápida, se había incrementado.
Santa
Teresa decía que había llegado la guerra del paño y del sayal. Los del paño,
como llamaba la santa a los calzados, quisieron ahogar la reforma en sus
principios. Fue una discordia de hermanos, con apasionamientos, violencias de
palabra y obra, azotes, cárceles y excomuniones. Sólo fray Juan parece
impasible; ni una lamentación, ni una queja; y él fue la víctima principal de
la persecución.
En
1575 el Capítulo General de los Carmelitas, reunido en Piacenza, adoptó la
medida especial de enviar un Visitador de la Orden para Calzados y Descalzos
con el objetivo de suprimir los conventos fundados sin licencia del General y
de recluir a Teresa en un convento elegido por ella.
Los calzados estaban dispuestos a dar los pasos
necesarios para desmantelar la
reforma. En 1575, fray Juan de la Cruz fue
detenido y encarcelado en Medina del Campo por los frailes calzados, pero fue
liberado a los pocos días gracias a la intervención del nuncio apostólico favorable a los descalzos
Pero la cosa no quedó ahí, en la noche del 3 de
diciembre de 1577, un grupo de calzados y seglares armados se allegaron a
la casita donde vivía fray Juan, descerrajaron la puerta y prendieron a fray Juan
y a su compañero, llevándolos presos al convento del Carmen. Allí fueron
azotados dos veces. Días después los dos presos fueron sacados de Ávila. El
compañero de fray Juan fue llevado a Medina mientras que a él lo llevaron,
entre maltratos y grandes rodeos hacia Toledo al convento calzado que tenía
allí la Orden.
En cuanto tuvo noticia del secuestro, la madre Teresa
escribió al rey, suplicándole que hiciese algo. Poco se pudo hacer. Nadie sabía dónde estaba y los calzados se
conjuraron para ocultar su paradero.
En
Toledo, Juan de la Cruz compareció ante un tribunal de frailes calzados que le
conminó a retractarse de la Reforma Teresiana.
Allí se le leyó el acta del capítulo celebrado en Piacenza el año
anterior, que decidía el desmantelamiento de los conventos andaluces y, so pena
de excomunión, se le conminaba
a abandonar la reforma y volver a la observancia. Más allá de la decisión
personal que se le instaba a tomar, estaba el hecho de que siempre había
actuado siguiendo las órdenes de sus superiores, tanto de su general como de
los visitadores. Al negarse, fue declarado rebelde y contumaz, sentencia nula,
pues el tribunal carecía de facultades jurídicas, pero que dejaba al
descubierto la consideración generalizada de fray Juan como uno de los pilares
más representativos de la Reforma.
Legalmente no podía ser obligado a nada, extremo que no
fue respetado por el tribunal. Después del poco éxito que tuvieron las amenazas
y los ofrecimientos halagadores se le condenó en rebeldía y encerró en la cárcel conventual. A los dos
meses se le cambió a un sitio preparado exprofeso para él, de seis pies por
diez de planta y con la única abertura de una saetera en lo alto de tres dedos,
por la que sólo a mediodía entraba luz
suficiente para poder leer. Era tan exigua la celda que fray Juan, con lo
pequeño que era, apenas cabía. El lugar era antes un servicio y por eso carecía
de luz. El lecho se confeccionó con una tabla echada en el suelo y dos mantas
raídas. De ropa, la que llevaba, sin poder cambiarse. En estas precarias
condiciones tuvo que soportar el invierno toledano, cuyo rigor hizo que se le
despellejasen los dedos de los pies. Allí permaneció más de ocho meses.
A la inhumanidad del habitáculo se sumaron luego diversos
padecimientos y humillaciones, por lo pronto, una mala alimentación a base de agua,
pan y sardinas, si acaso algunas sobras, y ayuno prescrito tres días a la
semana. No se producía este ayuno en la soledad de su celda, sino que esos días
era sacado de su celda y cenaba con los frailes, pero no sentado como ellos
sino de rodillas en el suelo. Después de la cena, el superior le increpaba,
recriminando largamente su rebeldía, acusándole de sostener la reforma para ser
tenido por santo. Los viernes recibía de balde una disciplina circular que se
extendía por el tiempo de un miserere.
Dispuestos los frailes en círculo, desnudaban su espalda y por turno lo
castigaban de recio con varas. A veces, los frailes hablaban frente a su celda,
fingiendo el final de la reforma para atormentarle. Fray Juan soportaba todo
con dulzura. Algunos novicios lamentaban lo que ocurría.
Un día, Cristo le había
preguntado desde la cruz:
—Fray Juan, ¿qué precio quieres por lo que me has servido?
—Señor—había respondido él—, padecer y
ser despreciado por Vos.
Después de nueve meses de prisión, en la octava
de la Ascensión, en la noche entre el 16 y el 17 de agosto de 1578 «cuando estaba ya finando con
accidentes de calentura», una voz misteriosa le invita a salir de la prisión, y
su voluntad heroica afronta todos los riesgos de la huida. Con jirones de
manta, trenza una cuerda y la deja caer por un agujero. Allá en el fondo rugen
las aguas del Tajo. Tiene sensación de vacío y vértigo de abismo. Salta, va a
dar en una peña, cruza unas tapias, llega a una huerta, y al amanecer busca el
convento de las
carmelitas descalzas, en la misma ciudad.
Llamó al torno y dijo: Hija, soy fray Juan de la Cruz,
que me he salido esta noche de la cárcel. Dígaselo a la madre priora.
Enterada la priora, le acogió en la clausura para
hurtarlo a los calzados, que habían descubierto ya la fuga y le buscaban.
Llegaron al poco dos frailes preguntando
por él, e inspeccionaron el locutorio y la iglesia. Los alguaciles vigilaban el
convento y también los caminos. Mientras, las monjas estaban asustadas del
acabado aspecto de fray Juan. Apenas hablaba. Pusieron su empeño en cuidarle,
dándole comida y ropa. Pero
para mayor seguridad, le enviaron al Hospital de Santa Cruz, donde convaleció
mes y medio. Las incidencias de aquella huida nocturna, preñada de angustia,
quedarán como un poso latente en el fondo vivencial del poema de la Noche
Oscura.
Luego de su
huida fue a un convento de Jaén y el buen Juan siguió con su obstinación de la
reforma, lo que le llevó a enfrentamientos con la jerarquía religiosa y a
sufrir nueva prisión en el convento de la Peñuela, en plena Sierra Morena, en
donde culminó la escritura de sus principales obras literarias. E
increíblemente, el
Provincial le negó la posibilidad de
decir misa.
La reforma pasaba entonces por su peor momento y los
descalzos habían convocado un capítulo el 9 de octubre en el convento de Almodóvar para enfrentar la situación. A ella acudió también fray Juan de la Cruz.
Era la primera vez que veía a los suyos en varios meses y enseguida le pusieron
un enfermero. La situación de la reforma era mala. Casi a la desesperada se
había convocado aquel capítulo, sobre cuya legalidad existían fundadas dudas.
Tras un
nuevo enfrentamiento doctrinal con los suyos fue destituido en 1591 de todos
sus cargos, y quedó como simple súbdito de la comunidad.
Aunque su enfermedad iba en aumento se le retiró al
monasterio de Ubeda, donde fue tratado al principio con dureza; su oración
constante, "sufrir y ser despreciado", se cumplió así literalmente
casi hasta el final de su vida. Pero al final incluso sus adversarios
reconocieron su santidad.
Obras
En este apartado voy a abordar brevemente la obra de un santo, Doctor de la Iglesia
Universal, por sus contribuciones esenciales en la Teología Mística, de un
Doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca por sus
méritos intelectuales; de un escritor, por sus cualidades literarias y poéticas,
de un artista inspirador de músicos, pintores y escultores, por su exquisita y
sugeridora sensibilidad; y, finalmente, de un ser que posee el don de atraer,
impresionar y conmover -sin sensiblería-, mediante una poesía adelgazada y
honda, los espíritus más refinados de cualquier lugar o época.
Mancho Duque (2005) confirma lo dicho de esta forma: “dotada de extraña y
sorprendente modernidad, su producción escrita ha superado las coordenadas
temporales, para convertir a su autor en un clásico, experto en el manejo de
los recursos del lenguaje poético hasta extremos insospechados, cuya impronta
es evidente en los mejores poetas de la literatura española del siglo XX
-Machado, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Guillén, Lorca, Valente, etc.- y
extranjera: Valéry, Eliot, entre otros”.
En cuanto a las fuentes que utiliza diré que
conocía profundamente la "Suma"
de Santo Tomas de Aquino, como lo demuestra casi cada página de sus obras. Las
Sagradas Escrituras parece que se las sabe de memoria, su dominio le viene
evidentemente más por meditación que por las clases. No hay en él ningún rastro
de influencia de enseñanza mística proveniente de los Santos Padres, el
Aeropagita, Agustín, Gregorio, Bernardo,
Buenaventura, etc., de Hugo de San Victor, o de la escuela dominicana alemana.
Las pocas citas de patrística en sus obras se relacionan fácilmente con el
Breviario o la "Suma". Ante
la ausencia de cualquier influencia consciente o inconsciente de escuelas
místicas más tempranas, su propio sistema, así como el de Santa Teresa, cuya
influencia es claramente profunda, podría ser denominado misticismo empírico.
Ambos arrancan de su propia experiencia.
Y no obstante la calidad de su obra, esta no vio la luz
sino bastantes años después de la muerte de su autor. [2]
Ahora tenemos la oportunidad de difundirla y comentarla, a modo de
artículo, mediante importantes
aportaciones de especialistas, a través de los medios de un mundo globalizado.
Ahora bien, debemos tener en cuenta que, como veremos más
adelante en el pensamiento/doctrina del santo, es frecuente
observar en el estudio literario de su obra que o bien se den saltos continuos
a lo teológico, o bien se estudien de forma conjunta la poesía y los comentarios doctrinales del
propio poeta, con la idea de que estos son necesarios para comprender aquella.
Frente a esta vertiente de los estudios sanjuanistas, se encuentra otra que
postula que «la necesidad (o posibilidad) de la interpretación religiosa es
algo que debe ser argumentado y discutido en cada caso», en tanto que el
sentido objetivo de la poesía de San Juan no obliga necesariamente a aceptar un
significado religioso.
Veamos a continuación con Mancho
Duque la poesía y la prosa de nuestro místico:
Poesía
“Su obra poética está compuesta por
tres poemas considerados mayores: Noche oscura, Cántico espiritual y Llama de amor viva; y un conjunto de poemas habitualmente calificados como
menores: cinco glosas, diez romances (nueve de ellos pueden contarse como una
sola composición) y dos cantares. La difusión de su obra fue manuscrita, y aún
no se han dilucidado todos los problemas textuales que conllevan. En prosa
escribió cuatro comentarios a sus poemas mayores: Subida del
Monte Carmelo y Noche oscura para el primero de estos poemas, y otros tratados
homónimos sobre el Cántico espiritual y Llama de amor viva.
Las poesías atribuibles sin lugar a
duda a San Juan de la Cruz son las recogidas en el códice de Sanlúcar o manuscrito S, ya que este fue supervisado por el
mismo San Juan. El repertorio de sus poemas, según dicha fuente, se restringe a
diez composiciones (los tres poemas mayores citados y otras siete
composiciones), siempre y cuando los romances que comprenden los textos
titulados In principio
erat Verbum,
que son un total de nueve, sean considerados una única obra. La autenticidad
del resto de su obra poética no ha podido aún ser dilucidada por la crítica.
Por tradición se acepta generalmente que también son suyos los poemas Sin arrimo y
con arrimo y Por toda la
hermosura, y
las letrillas Del Verbo divino y Olvido de lo criado. Las siete glosas y poemas «menores», cuya autoría no
está discutida, son los siguientes: (se citan por el primer verso):
Los nueve romances de In principio erat Verbum se
conocen también por el verso con que se inician:
·
En aquel amor inmenso
·
Una esposa que te ame
·
Hágase, pues, dijo el Padre
·
Con esta buena esperanza
·
En aquellos y otros ruegos
·
Ya que el tiempo era llegado
·
Entonces llamó un arcángel
·
Ya que era llegado el tiempo
·
Encima de las corrientes
Prosa
La Noche oscura del
alma, Cántico espiritual y Llama de amor viva son las tres
obras más emblemáticas de San Juan de la Cruz.
Su obra en prosa pretende ser
corolario explicativo, dado el hermetismo simbólico
que -----entre cierta crítica- se atribuye su poesía: (las tres primeras han
sido editadas juntas reunidas en el volumen Obras espirituales que
encaminan a un alma a la unión perfecta con Dios) y Cántico espiritual.
·
Subida
al monte Carmelo (1578-1583)
·
Noche
oscura del alma
·
Cántico
espiritual (1584)
·
Llama
de amor viva (1584 o 1585)
Una vez vista su producción cabe
preguntarse: ¿Cuándo escribió Fray Juan de la Cuz todas esas obras?
Según se desprende de la opinión
de sus estudioso, como por ejemplo Mancho Duque, la secuencia fue la siguiente:
En 1577, durante su encierro en
Toledo, en un "estado de abandono total, estado que en otros paraliza el
pensamiento, Juan de la Cruz escribió una grandísima poesía de amor, elaborado
en sentido erótico -con los acentos de la búsqueda y del deseo del Amado- el
sensualismo del texto atribuido a Salomón", (el denominado protocántico),
a la vez que los Romances. La composición tendrá mucho de técnica mnemotécnica
-tal vez sobre gérmenes embrionarios brotados ya en Ávila- pues durante mucho
tiempo no le proporcionaron papel para escribir.
Aprovechando el mediodía, cuando
entraba luz por la aspillera, comenzó a transcribir poesías que, durante su
encierro, había ido componiendo mentalmente. De esa manera, en prisión y a
hurtadillas de sus captores, redactó las primeras 31 estrofas del Cántico espiritual, varios romances y el poema La fonte que mana y corre. Quizá compuso también, en todo o en parte Noche oscura.
Esta eclosión poética ocurrida en
la oscuridad de una celda no tiene explicación. Se ha dicho de San Juan de la
Cruz que es el Poeta máximo de obra mínima, queriendo significar que su
poesía nació perfecta, sin antecedentes ni ensayos. Como tal perfección exige
de natural una ejercitación continua o frecuente, se han buscado precedentes en
el período anterior de su vida: en el colegio de Medina, en el convento de
Santa Ana, en Salamanca, en Ávila. Pruebas, lo que se dice pruebas, no las hay.
Quizá se puede situar alguna composición en el tiempo de Ávila, fruto del
trato con Santa Teresa, que también era escritora y poetisa, pero todo resulta
insatisfactorio. La altura poética alcanzada por fray Juan durante el
encierro en Toledo semeja el Salto de Roldán [3], una suerte de
acto heroico, imposible de acometer en una sola jornada.
También
en 1577, pero ya en el convento de la Peñuela, en plena Sierra Morena, culminó
la escritura de varias de sus principales obras.
En
septiembre de 1578 en El Calvario en la serranía jienense, en un enclave
aislado y retirado de las tensiones entre calzados y descalzos; con un entorno
sosegado y relajante, en plena naturaleza, disfrutó de una etapa de fecunda
creatividad pues parece que aquí compuso
los primeros escritos breves: Cautelas,
Avisos, Montecillo de Perfección, el poema Noche oscura y comentarios aislados a las estrofas del Cántico.
Pero entre 1582 y 1583 ya en Granada compuso la mayor parte de sus
obras, en parte sobre trabajos previos que había elaborado después de salir de
la cárcel, tanto en el Calvario como en Baeza. Allí, compiló ordenó y completó
el tratado Subida del Monte Carmelo, al cual antepuso el dibujo del Monte de perfección. También redactó el comentario de la Noche Oscura, el del Cántico espiritual y las cuatro
estrofas de su obra más espiritual Llama de amor viva.
En 1584 finalizó la redacción del
primer Cántico Declaraciones de las canciones que tratan del ejercicio
de amor entre el Alma y el Esposo Christo. También dio forma casi definitiva a los grandes
tratados en prosa, Subida, Noche y Llama.
Por último, en 1589 estando
en Segovia, en casa fundada, ampliada y
mejorada por él mismo, redactó la mayor parte de las cartas que se han
conservado.
Fallecimiento
Mientras arreciaba la persecución, fray
Juan comenzó a resentirse en su salud. Tenía calenturas
con mucha frecuencia. El prior le dijo que fuese a Baeza para curarse, pero él
prefirió Úbeda, donde no le conocían tanto. El 28 de septiembre de 1591 salió
en borrica para allá, pues tenía la pierna inflamada. Llegados a Úbeda, todos
le recibieron con gran contento, excepto el prior. Se conocían de Sevilla,
donde fray Juan tuvo que amonestarle. Además de la animadversión personal,
motivada también porque no le gustaban los santos, llegaba en un mal momento
pues la comunidad estaba a disgusto con su gobierno pues era una persona, agria
y rígida, más de ciencia que de gentes, que quería llevarlos a palos a la
perfección. Además del desabrido recibimiento, le asignó la peor celda y le obligó a
asistir a oficios que no podía.
En esos primeros días, su mal se desató virulentamente.
Una erisipela en el empeine del pie derecho reventó en cinco llagas en forma de
cruz, que el enfermo miraba con cariño, pues le causaban devoción. El cirujano
sajaba la pierna día sí y día también. La presencia de fray Juan no pasó
desapercibida. La gente quería verle y ayudarle. Uno de esos días, el 28 de
noviembre, fray Antonio de Jesús visitó a fray Juan y le dijo: Padre, mañana hará veinticuatro años que comenzamos la primera fundación.
“Los días fueron pasando, escribe Mancho Duque, y la salud empeoró. Subió la fiebre y el mal
se extendió desde las piernas a la espalda. Como apenas podía moverse, colgaron
del techo una cuerda para que pudiera izarse él mismo. El miércoles 11 pidió el
viático. El
día 12 quemó algunas cartas que guardaba bajo la almohada. El día 13 por la noche sintió la inminencia de su muerte y pidió la
extremaunción. Se consumía en dolores.
A las diez de la noche, pidió que le dejaran descansar,
avisando que llamaría cuando llegase el momento.
Estaba
listo pues había pedido a Dios tres cosas: que no dejase pasar un solo día de
su vida sin enviarle sufrimientos, que no le dejase morir en el cargo de
superior y que le permitiese morir en la humillación y el desprecio.
A las 11 y media llamó y, junto con varios religiosos,
rezaron el salmo De profundis, el Miserere y el In
te, Domine, esperavi. Después de eso se
recostó un rato y pidió que le dejaran: A las doce, estaré delante de Dios Nuestro Señor diciendo maitines. Y así que le dejaron sólo y sonaron las campanas de las doce, besó su
crucifijo y expiró mansamente.”
Mientras, y después de disputas, Ana de Peñalosa
consiguió traer al convento de los carmelitas descalzos de Segovia el cuerpo de
fray Juan, cuyos huesos, se decía, seguían obrando milagros. Le enterraron en
la iglesia, en una estrecha oquedad abierta en el suelo, donde permaneció
durante más de 300 años.
El
25 de enero de 1675, fue beatificado por Clemente X, y el 27 de diciembre de diciembre de 1726, fue
canonizado por Benedicto XIII.
La canonización de San Juan de la Cruz es el reconocimiento explícito de sus valores
morales, la reparación de la justicia que se debía a sus méritos,
como varón de virtudes ínclitas
El
24 de agosto de 1926, aniversario del comienzo de la Reforma teresiana, fue
proclamado Doctor de la Iglesia Universal por Pío XI. En 1952 es declarado patrono de
los poetas españoles. Y en 1991, con ocasión del cuarto Centenario de su
muerte, fue nombrado Doctor Honoris Causa por la
Universidad de Salamanca.
Pensamiento/Doctrina
San Juan de la Cruz es hoy reconocido por
su teología mística, de un rigor intelectual casi escolástico. En
el ámbito no religioso, es conocido sobre todo por sus poesías que a través de
los siglos han levantado admiración y creado escuela.
El
santo asumió las corrientes espirituales, estéticas y literarias de su época
-finales del Renacimiento- y a llevar al extremo los recursos del lenguaje
poético, especialmente en lo relativo al uso de los símbolos.
La obra de San Juan de la Cruz ha
sido, desde siempre, enfocada desde dos perspectivas, la mística [4]
y la filológica [5] que, en muchas ocasiones, se han presentado
mezcladas.
Si bien en un estudio tan complejo como el
pensamiento/doctrina del santo filología y mística no se contraponen sino que,
por el contrario, la primera viene a ser instrumento o recurso para llegar a
una mejor comprensión de la segunda, yo voy a ofrecer información sobre la
mística de nuestro protagonista.
Esto no obstante, quiero señalar que no cabe
duda que San Juan de la Cruz fue un maestro de la palabra, como artista adelantado
al momento histórico que le correspondió vivir, y que sus poemas han influido en los
principales poetas españoles de todos los tiempos.
Pero es en la mística que el santo
ofrece una radical originalidad consistente
en el concepto de noche oscura espiritual.
Desde los inicios históricos de la
vida retirada eremítica,
los buscadores renunciaban a los bienes y placeres mundanos sometiéndose a
ayunos y otras asperezas, con el objeto de vaciar sus deseos del mundo y
llenarlo de bienes más elevados. San Juan de la Cruz aclara que esta es
solamente la primera etapa, ya que tras ella viene la citada noche espiritual,
en que el buscador, ya desapegado de los consuelos y placeres mundanos, perderá
también el apoyo de su paz, de sus suavidades interiores, entrando en la más
"espantable" noche a la que sí sigue la perfecta contemplación, es
decir la oración contemplativa..
Y en ello coincido con el
Cardenal Narciso Jubany quien -en 1980- expresaba que «El año 2000
espera hombres y no robots.» Es más, decía con André Malraux: «El siglo XXI será un
siglo metafísico y religioso.»
Y proseguía:
“Es una lástima que en nuestros tiempos
haya decaído tanto una virtud
que se llama «piedad»: significa, entre otras cosas, el trato filial
con Dios. Hoy no está de moda. Padres y educadores cristianos la han arrinconado como un trasto
viejo e inservible. La «piedad» bien entendida es la oración de los hijos dirigida al Padre; que no hay que confundir, ni con las «maneras» concretas de realizarla, ni menos con cierta «beatería» inadmisible. Formar «personas
de oración» -virilmente piadosas-
es una de las necesidades más apremiantes de nuestros tiempos. Pero me pregunto, no sin cierta angustia: ¿Existen
muchos y verdaderos «maestros de oración»?”
La verdad es que formar maestros de oración exige dominar, en la teoría y en la práctica, lo que han dicho los grandes orantes
que en el mundo han sido y cuya doctrina la Iglesia recoge como suya propia. Pues bien, no cabe duda que San Juan
de la Cruz es uno de los maestros más conspícuos, que –tal
como hemos visto- mereció ser declarado
Doctor Místico por la
Iglesia.
Mancho
Duque llega a la conclusión de que San Juan “gustaba estar
solo todo el tiempo posible, hasta que iban a buscarle requiriendo su
presencia. La oración mística consistía en vaciar progresivamente aquello que en la antropología
espiritual cristiana se llamaba las tres potencias del alma, a saber: memoria,
entendimiento y voluntad. En tres etapas más o menos sucesivas, el camino
sanjuanista consistía en vaciar de contenidos sensibles, y luego también de
contenidos espirituales, cada una de las tres potencias. El vaciamiento de la
memoria obraba como una purgación de los apetitos sensibles y espirituales, que
llevaba a un desapego de todo lo que no fuese Dios, incluida la idea misma de
Dios y el deseo de Dios. Conseguido ese vaciamiento de la memoria, que era la
vía purgativa, se decía que la memoria quedaba en estado de esperanza, virtud teologal. El
vaciamiento de la segunda potencia sumía al alma en la noche oscura, una tiniebla
espiritual terrible que sólo podía romper Dios, insuflando el llamado rayo de tiniebla, una especie
de conocimiento infuso adquirido sin el concurso del entendimiento y que,
dentro del sistema sanjuanista, se correspondía con la virtud teologal de la
fe. La tercera vía, la vía unitiva, consistía en el vaciamiento de la propia
voluntad y su unión con la voluntad de Dios. Esta última etapa, que era la
amorosa meta de la mística cristiana, intentaba hacer realidad aquello de No yo, sino Cristo en mí. La
unión con el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, la llama de amor viva, se
correspondía con la virtud teologal de la caridad. Las tres virtudes teologales
quedaban de esta forma en relación con las tres potencias del alma, siendo como
tres estados, tres sublimaciones desde una condición natural dada a una
sobrenatural recibida por medio de una gracia”.
Pues bien,
ahora veamos cómo es que esto sucede a través de las principales obras del
santo que, según hemos dicho, son estas cuatro: Subida al Monte Carmelo, Noche oscura, Cántico espiritual y Llama de amor viva. A estas obras añadiré Monte de Perfección por considerar que el dibujo es un compendio gráfico y poético de la teología mística de San Juan.
Las ediciones de las Obras
completas del santo empiezan con el texto de la Subida del Monte
Carmelo. Eso obedece a cierta lógica.
Tradicionalmente en efecto, la vía espiritual comienza por un paso ascético y
las etapas místicas vienen después. Sin embargo, desde el punto de vista de la
lectura, este orden se discute, pues el tratado que es un tanto árido puede
desanimar al lector, mientras que el Cántico espiritual, por ejemplo, parece más atractivo. Además ello
obedece a preocupaciones didácticas que no se prestan a consideraciones
poéticas. El poeta cede ante el dialéctico y el pedagogo.
En este artículo sigo la
tradición y abordo en primer lugar la
Subida.
Subida al monte Carmelo (1578-1583)
Juan
de la Cruz da, desde el principio y según su costumbre, el hilo director de su
tratado: se trata de guiar a los
espirituales en su ascensión al monte de perfección simbolizado por la montaña
del Carmelo, monte a la cumbre del cual podrán llegar a la unión con Dios. El
camino que lleva a esta, estrecho, abrupto, es esbozado en un dibujo, según
veremos en su oportunidad. Por ambas partes de la senda se encuentran los
bienes de la tierra y los del cielo: bienes desilusionantes, huidizos, que uno
acaba por perder si quiere encontrarlos.
El
santo dice en su prólogo, que la descripción de la subida al monte será de
provecho para los menos, pues "aquí
no se escribirán cosas muy morales y sabrosas para todos los espirituales que
gustan de ir por esas cosas dulces y sabrosas a Dios, sino una doctrina
sustancial y sólida, así para los unos como para los otros, si quisieren pasar
a la desnudez de espíritu que aquí se escribe". Con ello parece dar a
entender el sabio que no ha de esperarse que el camino sea fácil, tales como
"cosas dulces y sabrosas" sino, antes bien, una decidida observancia
a la voz interior.
“Da avisos y doctrina así a
los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa, para que
sepan desembarazarse de todo lo temporal, y no embarazarse con lo espiritual, y
quedar en la suma desnudez y libertad de espíritu, cual se requiere para la
divina unión, compuesta por el padre fray Juan de la Cruz, carmelita descalzo.“
“… ni
basta la ciencia humana para lo saber entender, ni experiencia para lo saber
decir; porque sólo el que por ello pasa lo sabrá sentir, mas no decir.
(…) me ha movido no la posibilidad que veo en mí para cosa tan árdua,
sino la confianza que en el Señor tengo de que ayudará a decir algo, por la
mucha necesidad que tienen muchas almas”.
La
belleza poética de la obra contrasta con la dureza y radicalidad del camino
propuesto de progresiva renuncia de cualquier apego, placer y compromiso.
Radicalidad planteada en toda su crudeza en el capítulo 13 donde leemos:
“Procure inclinarse siempre:
no a lo más fácil, sino a lo más difícultoso;
no a lo más sabroso, sino a lo más desabrido;
no a lo más gustoso, sino a lo que da menos
gusto;
no a lo que es descanso, sino a lo que es
trabajoso;
no a lo que es consuelo, sino antes al
desconsuelo;
no a lo más, sino a lo menos;
no
a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado;
no a lo que es querer algo, sino a no querer
nada;
no
a andar buscando lo mejor de las cosas temporales, sino lo peor, y desear
entrar en toda desnudez y vacío y pobreza por Cristo de todo cuanto hay en el
mundo.”
A
lo que añade:
“Para venir a gustarlo todo, no quieras
tener gusto en nada.
Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer
algo en nada,
Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en
nada,
Para venir a saberlo todo, no quieras saber
algo en nada,
Para
venir a lo que no gustas, has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no eres, has de ir por donde
no eres.”
La
lectura de estos textos llevan a muchos a calificar a San Juan de la Cruz de
feroz e inhumano, pero no debemos olvidar que no es ni nuestro orgullo,
voluntad ni inteligencia los que nos pueden permitir avanzar por el camino que
San Juan de la Cruz nos marca en su mapa, sino la fe, la esperanza y al amor
que tienen su origen en un Dios que nos llama y nos ayuda a dar cada paso.
Benedicto XVI
(2011) sintetiza la obra de esta manera:
“presenta el itinerario espiritual desde el punto de vista de la purificación
progresiva del alma, necesaria para escalar la cima de la perfección cristiana,
simbolizada por la cima del Monte Carmelo. Esta purificación se propone como un
camino que el hombre emprende, colaborando con la acción divina, para liberar
el alma de todo apego o afecto contrario a la voluntad de Dios. La
purificación, que para llegar a la unión de amor con Dios debe ser total,
comienza por la de la vida de los sentidos y prosigue con la que se obtiene por
medio de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que purifican
la intención, la memoria y la voluntad”.
Noche oscura del alma
Rodríguez y Ruiz (2008)
consideran que “en la literatura mística un campo sin explorar es el de la
noche oscura del alma. Juan de la Cruz percibe la urgencia y la dificultad, y
se decide a explorar todo ese campo de la noche, en especial las zonas más árduas
donde ningún escritor había logrado penetrar.”
Esparza (1943) se pregunta: “Y¿qué
es esto de la Noche Oscura, en la Mística de San Juan de la Cruz?” Y se
responde: “Penetrar en ella infunde pavor. Si a Menéndez Pelayo le infundía
"religioso terror" el tocar las canciones de este místico, ¿qué
diremos de esta Noche que es "amarga y terrible" para el sentido,
según declara su autor, y "horrenda y espantable" para el espíritu? Y,
sin embargo, las canciones de la Noche Oscura son deliciosas como esta:
"En la
noche dichosa
en secreto, que
nadie me veía ni yo miraba cosa,
sin otra luz y
guía,
sino la que en
el corazón ardía,
¡Oh noche que
guiaste,
oh noche, más
amable que el alborada, oh noche que juntaste
amado con
amada,
amada en el
amado transformada !"
Oigamos a San Juan de la Cruz: "Por tres
causas podemos decir que se llama noche este tránsito que hace el alma a la
unión de Dios.
-
La primera, por parte del término de donde el
alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito, del gusto de todas las cosas
del mundo, la cual carencia es como noche, para todos los apetitos y sentidos
del hombre.
-
La segunda, por parte del camino por donde ha de
ir el alma a esta unión, el cual es la Fe, que es también oscura para el
entendimiento como la noche.
-
La tercera de parte del término a donde va, que
es Dios, el cual por ser incomprensible, se puede decir también oscura noche
para el alma, en esta vida, las cuales tres noches han de pasar por el alma o
por mejor decir, ella por ellas para venir a la divina unión con Dios".
Y aclara el Santo que no son tres
noches, sino tres fases de una sola noche, parecidas a las tres fases de
nuestras noches, la que empieza en la claridad
desvaída del crepúsculo: comienzan a desaparecer a nuestra
vista las cosas; la fase de la media
noche, recluida en un cerco absoluto de sombras: el alma, con el gusto por las
cosas, muerto en todos sus sentidos, como por ellos le entra la luz incitadora
de los gustos, queda totalmente a oscuras, no porque los sentidos no funcionen, sino porque en el alma no hay gusto de las
cosas: él lo dice con exactitud precisa: "no ocupan al alma
las cosas de este mundo ni la dañan, pues no entran en ella, sino la voluntad y
el apetito de ellas". La tercera y última fase de la noche es
aquella en que las sombras empiezan a replegarse paulatinamente ante la
iniciación sosegada del amanecer. El
alma va aproximándose a Dios, pero ha de tener ya la negación absoluta de los
gustos en todas las cosas, porque las aficiones a las criaturas ante Dios, que
es luz, aparecen como sombras y luz y sombras no caben en un mismo sujeto. Mientras el alma no está totalmente vacía de
todo gusto, de toda afición a criatura, de
todo apetito de cosa que no sea el
mismo Dios "no podrá venir
—dice el místico— a los deleites del abrazo de la unión con Dios".
Por otra parte, el mismo Esparza
añade que “esta noche oscura se divide en sensitiva y espiritual: primeramente,
el alma se va purificando de las imperfecciones sensitivas, o sea de aquellas
imperfecciones que afectan al entendimiento, en cuanto éste funciona valiéndose
de la imaginación, de la fantasía y de la memoria, que es lo que San Juan de la
Cruz con criterio moderno, llama "sentido". La espiritual purifica el espíritu,
completando la obra de la purificación del alma, porque como observa el santo,
con un profundo atisbo psicológico, "todas las
imperfecciones y desórdenes de la
parte sensitiva tienen su fuerza y raíz en el espíritu, donde se
sujetan los hábitos buenos
y malos" .”
Por esto,
en esta noche
del espíritu, se purifican la zona sensitiva y la zona espiritual. Es decir, se arrancan del espíritu las raíces
que motivan todas nuestras inclinaciones defectuosas, incluso aquellas
inclinaciones que son involuntarias, incluso las imperfecciones
que son connaturales con nuestra
condición. Esta labor
purificativa que Dios
opera en el alma y que en metáfora exacta del doctor
místico, “es como la labor del fuego en el leño verde”, no puede menos de ser terriblemente dolorosa, por
muchas razones. El dice que como esta
labor "anda
removiendo todos los
malos y viciosos humores
que por estar ellos muy
arraigados y asentados en el alma, no los echaba ella de ver", se siente abominable y horrible de defectos.
Bellísimamente dice San Juan de
la Cruz: "Tal es la obra que en ella hace esta noche,
encubridora de las esperanzas de la luz del día": Pero fué dichosa ventura para esta alma
que Dios en esta noche la adormeciese toda la gente doméstica de su casa: esto
es, todas las potencias, pasiones, aficiones y apetitos que viven en el alma,
sensitiva y espiritualmente, para que ella, sin ser notada, esto es, sin ser
impedida de estas afecciones, llegase a la unión espiritual de perfecto amor de
Dios”. “¡ Oh cuán dichosa
ventura —dice—, es poder el
alma librarse de la casa de su sensualidad".
Acertadamente comentó el P.
Crisógono (1947), que cuantos hablan del misticismo de San Juan "no viendo
en él más que la tormentosa doctrina
de las noches, mutilan la obra del
maestro; eso no es más que la mitad y lo menos bello, como lo es siempre el
fundamento de un edificio. Sobre eso descansa una admirable fábrica, un palacio
encantado, morada de la gracia y de la belleza". “¡Es la
claridad insospechada que se esconde, al enamorado, en la noche oscura!”
Termino el comentario de esta obra apelando
nuevamente a Esparza para quien “la metáfora de
la Noche oscura
responde perfectamente a la
realidad que significa de oscuridad y de luz.
Nosotros, mediante nuestros sentidos externos llegamos a conocer las
cosas del mundo y a despertar toda nuestra sensibilidad: es decir que de esta
primaria fuente del conocimiento, nos incorporamos a la escena de la vida,
ligándonos a ella por los actos de entender, de desear, de apetecer, de gustar,
etc. etc. Y dice San Juan de la Cruz: "De donde si lo que puede (el alma) recibir por los sentidos, ella lo desecha y niega, bien podemos decir que se
queda como a oscuras y vacía".
¿Pero es posible—decimos nosotros—no ver, ni oír, ni gustar, ni sentir? De no
tener herméticamente cerrados nuestros sentidos —lo cual es imposible— la
realidad, llena de movimiento, de color y de
sugestiones, irrumpe en
nosotros, sin que nosotros podamos, de
manera absoluta, impedirlo. Y es porque ese sentir las cosas exteriores, empuja
al alma a la vida. Este sentir las cosas, no concluye en una mera sensación, sino que
implica relación con nuestra inteligencia, en relación a su vez con
nuestra voluntad, de la que nacen nuestros actos libres. Y aquí está el nudo del dramatismo de la
persona humana: en este triple juego del sentido, de la inteligencia y de la
voluntad, estas dos movidas, inicialmente, por aquel, al ponerse en contacto
con el mundo entero. Nuestra sumisión
voluntaria, a las cosas; la suelta libérrima de nuestros apetitos, nacen del
alma, no del simple hecho de ver y oír y conocer las cosas. Por eso
añade San Juan de la Cruz: "llamamos a esta desnudez, noche
para el alma, porque no tratamos aquí del carecer de las cosas, porque eso no
desnuda al alma, sino de la desnudez del apetito y gusto de ellas, que es lo
que deja al alma libre y vacía de ellas, aunque las tenga". Que es la razón
de aquel pensamiento
suyo: "No se
puede gozar (en
las criaturas) si se miran con
asimiento de propiedad",
pensamiento cuyo perfil se ajusta con el moderno de que la voluntad se crea,
negándola. Él se vació del apetito de las cosas y sin embargo, ¿quién más
finamente que San Juan de la Cruz ha captado
la belleza de las cosas? ¿En qué sensibilidad han dejado más profunda
palpitación? ¿Qué palabra humana ha recogido más felizmente que la suya el
matiz primoroso de las hermosuras creadas? “
Cántico espiritual (1584)
El "Cántico
Espiritual" [6], es un
texto que se puede considerar como el más sublime de la poesía española; está
inspirado en el Cantar de los Cantares y nos refleja el amor entre la amada y
el amado, existiendo una exaltación mística con cada imagen alegórica que se
presenta como: el pastor, lo creado por el amado, la paloma, el ciervo, el
manzano, creando una relación entre lo
divino y lo terrenal.
El Cántico
Espiritual es una obra trascendental para
el ser humano donde hay un encuentro con el ser mismo, un encuentro que debido
al misticismo que posee, nos lleva a través de cada canto a la presencia de la
divinidad.
Su texto encierra un
gran misticismo y a través de sus versos transforma cada imagen en un elemento
que permite exaltar cada momento, creando un contexto de significado celestial
y terrenal por medio de las distintas imágenes que se nos presenta.
En su temática
predominan imágenes naturales que se comparan con todo el esplendor de los amantes,
de igual forma símbolos religiosos que permite
hacer analogías con distintas referencias bíblicas.
El poema se estructura
en tres momentos esenciales; la pérdida, la búsqueda y el encuentro del amado,
donde cada alusión presentada no solo nos refiere a un espacio amoroso
plenamente humano sino que los elementos del contexto recrean una relación de
la existencia espiritual que hace referencia al plano religioso asociado a la Biblia.
Así mismo, la
combinación de imágenes naturales y símbolos religiosos crean una atmósfera emotiva, elevando el
significado de la vida más allá de la simple existencia que enriquecen y
enaltecen el poema. Aquí se refleja una naturaleza que no es estática sino que se muestra en
todo su esplendor: nos comunica, nos habla.
Al igual que el Cantar
de los Cantares presenta tres momentos esenciales entre los dos amantes; la
pérdida, la búsqueda y el encuentro. En algunos de los cantos se describen
momentos sublimes y a la vez se perciben algunas alegorías bíblicas, teniendo
en cuenta que su autor fue un monje de los Carmelitas.
Nuevamente
acudo a Benedicto XVI para sintetizar esta obra: “En Cántico espiritual, San Juan
presenta el camino de purificación del alma, es decir, la progresiva posesión
gozosa de Dios, hasta que el alma llega a sentir que ama a Dios con el mismo
amor con el cual es amada por él. Llama
de amor viva prosigue en esta
perspectiva, describiendo más detalladamente el estado de unión transformador
con Dios. La comparación que utiliza Juan siempre es la del fuego: igual que el
fuego, que cuanto más arde y consume la madera, más incandescente se hace hasta
convertirse en llama, así el Espíritu Santo, que durante la noche oscura
purifica y «limpia» el alma, con el tiempo la ilumina y la calienta como si
fuera una llama. La vida del alma es una continua fiesta del Espíritu Santo,
que deja entrever la gloria de la unión con Dios en la eternidad.”
Llama de Amor Viva (1584
o 1585)
Pinilla ( 2009) se hace la pregunta por el ser en el contexto de la
teología mística de San Juan de la Cruz, acotada a su última obra: Llama
de Amor Viva, y comprendida esta en términos de experiencia de unión y
de transformación del alma con y en Dios.
Una cuestión que se nos plantea con Pinilla es saber si es legítimo hacerse
una pregunta metafísica a una obra que no se quiere filosófica, sino pedagógica
y más profundamente mistagógica [7].
La respuesta es afirmativa, desde el punto de vista de los supuestos
filosóficos comprometidos en todo el pensamiento y lenguaje del santo, aún con
el riesgo de traer al propio molino expresiones que no se dejan enmarcar o
amansar a nuestra intención de búsqueda. La teología mística de San Juan, bajo
el fuego del Espíritu Santo, ante todo resplandece como poesía, palabra
performativa del mismo ser y expresión del mismo.
“La búsqueda la avocamos, dice Pinilla al análisis de la sustancia en el
comentario a la primera canción del poema y esto nos ha centrado en
la sustancia del alma, centro interior accesible sólo a Dios:
1.
¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
2.
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando. muerte en vida la has trocado.
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando. muerte en vida la has trocado.
3.
¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su Querido!
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su Querido!
4.
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!
La obra de Dios aparece impetuosa, purificadora y preparadora para la misma
unión divina, a la vez que el protagonismo de su acción se revela como el mismo
don que endiosa al alma. Lo que también es absorbimiento en la sabiduría
divina, lo que abre la dimensión cristológica.
“Al final del comentario de la obra, dice Pinilla, encontramos una expresión
clave: endiosando la sustancia del alma, haciéndola divina, en lo cual absorbe
al alma sobre todo ser a ser de. Ya sabemos que el absorbimiento divino en
el cual el alma es endiosada o hecha divina no es una afirmación panteísta, aun
señalando una conjunción de las sustancias.”
Otro aspecto importante es la dilucidación de la cuestión de la distancia y
la diferencia entre la sustancia divina y la sustancia del alma, no sólo en el
ámbito evidente de creador y creatura, natural y sobrenatural, sino desde la
donación y acogida personal, como lo más característico del ser.
Por
otra parte San Juan pretende darnos a
conocer el sentimiento amoroso, de fe; un sentimiento que puede producir dolor,
aunque a veces también satisfacción que refuerza el sentimiento de fe, presente
mediante el símbolo de la "llama" . Expresa la parte más recóndita de
sí mismo, aquella parte en la que mora ese amor profundo y sincero hacia la
divinidad
Indica
que la vida terrenal equivale a un gran sufrimiento, del cual únicamente puede
liberarse mediante la unión del alma con Dios. Esto lo refuerza con la
derivación "matando, muerte en
vida", ya que intensifica el hecho.
La
idea de fe, presente en el símbolo "lámparas
de fuego" ayuda a guiar al alma
a que se encuentre con su Amado, pasando de este modo de un estado oscuro
-simbolizado por las "profundas
cavernas" y "oscuro"
- a un estado de "luz y color"
(v. 18), donde se pasa de un estado de ceguera -"ciego" - a uno en el que se encuentra iluminado por la
unión con Dios. Toda esta estrofa se recoge en una exclamación que expresa el
entusiasmo por la consecución de esa unión mística.
A
modo de conclusión se puede decir que hay una intensa pasión de amor divino y
un deseo de fusión con el Amado, lo cual consigue mediante la experiencia de la
unión mística.
Emplea
el Santo un lenguaje limpio, natural y elegante -claramente renacentista- para
resaltar con intensidad aquello que expresa el alma. Para mostrarnos su
sentimiento, claramente inefable, utiliza metáforas y, sobre todo, símbolos; de
ahí que se reconozca a este poeta místico como el creador de un lenguaje
simbólico para expresar aquello que con simples palabras es prácticamente
imposible de describir: el sentimiento de amor y fe.
El resumen, al final del comentario, que hace el mismo místico carmelita,
confirma la búsqueda de Pinilla – que comparto- acerca del ser a partir de la
sustancia del alma traspasada y cauterizada. Una remembranza del salmo (Sal
83,2) alude a la totalidad humana en el gozo de Dios y concluye con el tema de
la libertad bajo la expresión con grande conformidad de las partes. Se sigue
por tanto, “rompe la tela delgada de esta
vida y no la dejes llegar a que la edad y años naturalmente la corten, para que
te pueda amar desde luego con la plenitud y hartura que desea mi alma sin
término ni fin”.
Monte de Perfección o Monte
Carmelo es el nombre con el que se conoce una serie de
aproximadamente 60 dibujos que San Juan de la Cruz pergueñó para sus alumnos en Beas de Segura en torno a
1579. En ellos se resume lo más granado de
su doctrina, es un compendio gráfico y poético de la teología mística
sanjuanista.
El dibujo, que figura más abajo, encabeza el comentario
titulado Subida al Monte Carmelo (1578-85), del santo, un
trabajo concebido, según su autor, para que tanto principiantes como
aprovechados en la vida espiritual «...sepan
desembarazarse de todo lo temporal, y no embarazarse con lo espiritual, y
quedar en la suma desnudez y libertad de espíritu...».
Según Mora Zahonero (1949), “el tema del monte, como
símbolo de ascenso (o viaje de la multiplicidad a la unidad) y de descenso
(retorno de la unidad a la multiplicidad) a través de la escala de la
contemplación, ha sido utilizado muchas veces en la tradición cristiana. No hay
sino recordar la ascensión efectuada por Moisés al monte Sinaí, de la ascensión
de Jacob a la montaña del Betel —la montaña donde Abraham intentara sacrificar
a su primogénito— y de la montaña del Gólgota en la que fuera enterrado Adán y
crucificado Jesús, montaña a través de la que discurre el vía crucis, que
también constituye, dicho sea de paso, un mapa alegórico de las estaciones que
atraviesa el sendero místico cristiano”.
“!La imagen del monte también resulta particularmente
apropiada para ilustrar el hecho de que, si bien no todos los caminos conducen
a la cumbre, sin embargo, los que llevan a ella van convergiendo y acercándose
en la medida en que la montaña se hace más estrecha y escarpada. Otro punto
fundamental que no podemos olvidar a la hora de acometer esta ascensión es que
los buenos escaladores siempre van ligeros de equipaje.”
Tal era la importancia que san Juan de la
Cruz atribuía a este gráfico que deseaba que figurase en el frontispicio
de todas sus obras.
Analizando el dibujo, diré que la recta senda del
ascenso aparece flanqueada por tres caminos:
-
el de la derecha, el camino mundano, señala sus
peligros: poseer, gozo, saber, consuelo, descanso.
-
el de la izquierda marca también los peligros
de un camino espiritual: gloria, gozo, saber, consuelo, descanso.
-
el camino central, el correcto.
Como nota de este gráfico el autor
escribe: “Da avisos y doctrina, así a los principiantes como a los aprovechados,
muy provechosa para que sepan desembarazarse de todo lo temporal y no
embarazarse con lo espiritual, y queden en la suma desnudez y libertad de
espíritu, la cual se requiere para la divina unión. Algunas de sus frases
breves resumen bien su doctrina, como: «Niega tus deseos, y hallarás lo que
desea tu corazón» y «El amor no consiste en sentir grandes cosas, sino en tener
grande desnudez, y padecer por el Amado»”.
Ello queda explicado místicamente en estos
versos:
1.
Para venir a
gustarlo todo
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo
no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo
no quieras ser algo en nada.
2.
Para venir a lo
que gustas
has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes
has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees
has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres
has de ir por donde no eres.
3.
Cuando reparas
en algo
dejas de arrojarte al todo.
Para venir del todo al todo
has de dejarte del todo en todo,
y cuando lo vengas del todo a tener
has de tenerlo sin nada querer.
4.
En esta
desnudez halla el
espíritu su descanso, porque no
comunicando nada, nada le fatiga hacia
arriba, y nada le oprime
hacia abajo, porque está en
el centro de su humildad.
Veamos ahora, para finalizar esta
parte, algunos párrafos o frases en
los que o en las que Mora
Zahonero” aprecia el trabajo de San Juan.
“En lo que
se refiere a los sustanciosos y brevísimos mensajes que completan el gráfico
del Monte, podemos leer que el sendero central se denomina «senda estrecha de
perfección» mientras que el camino lateral de la derecha se llama «camino del
espíritu errado» y representa el burdo materialismo y la seguridad mundanas
que nos traen a la memoria las múltiples alusiones a la renuncia que podemos
hallar en las tradiciones espirituales del planeta.”
“El alma —representada en el lenguaje
místico por la imagen de la mujer o la esposa— va ascendiendo por la angosta
senda del monte de la contemplación en busca del Esposo, el Amado, Cristo, el
mediador entre el o ella y la esencia divina. Cristo es, en rigor, «el primer
pontífice», es decir, el que sirve de puente.”
“El amor está conectado con la
«gracia» divina —el agente fundamental de las noches pasivas del sentido y
del entendimiento— y que nos remite al hecho de que el estado último de la
contemplación no puede ser resultado del esfuerzo deliberado del yo. En la
última fase de la práctica hay que renunciar a toda clase de esfuerzo
personal y el fruto se logra solamente a través del completo abandono.”
Cerca de la cima del monte reina
un completo silencio, el silentium divinum que, junto a
la divina sapientia —o la sabiduría silenciosa de Dios—, es
el lema que corona la contemplación. Son el silencio y la paz que impregnan
la última parte de noche, poco antes de la madrugada, «...en par de los
levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora», el silencio y
la sabiduría que preceden a la unión transformante, el «matrimonio
espiritual», la última morada del camino, y que acaece en la cima del Monte.
Por último, en lo más alto figura
el lema Juge Convivium o Convite Eterno, aunque un
significado alternativo podría ser el de «unión con la vida», pues el término
«convite» significa etimológicamente «con la vida», porque la vida es el
principio y el final de la búsqueda. No en vano también se alude a ella en la
cita evangélica que hallamos al pie del Monte: «¡Cuán angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la vida
eterna! ¡Y son pocos los que dan con ella!».
“La
Causa universal, dice San Juan, no tiene esencia, ni vida, ni razón, ni
mente, ni posee cuerpo, ni figura, ni cualidad, ni cantidad... ni es nada de
las cosas que son, ni posee el ser, ni nada posee... ni es palabra, ni
intelige, ni habla, ni comprende... ni similitud, ni disimilitud; ni
permanece, ni se mueve... ni posee la eternidad, ni tiene tiempo... ni
ciencia, ni verdad... ni reino, ni sabiduría, ni la unidad, ni la divinidad,
ni la bondad... ni es nada de las cosas que existen ni de las que no
existen... ni existe en Él tiniebla ni luz, ni error ni verdad; ni en
absoluto puede afirmarse de Él algo positivo o negativo... es trascendente
más allá de cualquier negación, apareciendo simplísima por encima de todas
las cosas y más allá de todo”.
S.S. el Papa Benedicto XVI, con la
capacidad de síntesis que le caracteriza, me permite concluir citándolo con
este texto: ”La doctrina contenida en
las obras principales del santo “nos ayudan a acercarnos a los puntos más
destacados de su vasta y profunda doctrina mística, cuyo objetivo es
describir un camino seguro para alcanzar la santidad, el estado de perfección
al cual Dios nos llama a todos. Según Juan de la Cruz, todo lo que existe,
creado por Dios, es bueno. A través de sus criaturas, nosotros podemos
descubrir a aquel que en ellas ha dejado una huella de sí mismo. La fe, en
cualquier caso, es la única fuente que se le da al hombre para conocer a Dios
tal como es en sí mismo, como Dios uno y trino. Todo lo que Dios quería
comunicar al hombre lo ha dicho en Jesucristo, su Palabra hecha carne. Él es
el único y definitivo camino al Padre (cf. Jn 14, 6)”.
Cualquier
cosa creada no es nada en comparación con Dios y nada vale fuera de él: en
consecuencia, para alcanzar el amor perfecto de Dios, cualquier otro amor
debe conformarse en Cristo al amor divino. De aquí deriva la insistencia de San
Juan de la Cruz en la necesidad de la purificación y del vaciamiento interior
para transformarse en Dios, que es la meta única de la perfección. Esta
«purificación» no consiste en la simple carencia física de las cosas o de su
uso; lo que hace al alma pura y libre, en cambio, es eliminar toda
dependencia desordenada de las cosas. Hay que situar todo en Dios como centro
y fin de la vida. El largo y fatigoso proceso de purificación exige el
esfuerzo personal, pero el verdadero protagonista es Dios: todo lo que el
hombre puede hacer es «estar dispuesto», estar abierto a la acción divina y
no ponerle obstáculos. Viviendo las virtudes teologales, el hombre se eleva y
da valor al propio compromiso. El ritmo de crecimiento de la fe, de la
esperanza y de la caridad va al paso con la obra de purificación y con la
progresiva unión con Dios hasta transformarse en él. Cuando se llega a esta
meta, el alma se sumerge en la misma vida trinitaria, de modo que san Juan
afirma que llega a amar a Dios con el mismo amor con el que él la ama, porque
la ama en el Espíritu Santo. Por este motivo el doctor místico sostiene que
no existe verdadera unión de amor con Dios si no culmina en la unión
trinitaria. En este estado supremo al alma santa conoce todo en Dios y ya no
debe pasar a través de las criaturas para llegar a él. El alma se siente
entonces inundada por el amor divino y se alegra completamente en él.
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Vigencia de su pensamiento y obra
Tanto la vida como las obras y sobre todo el
pensamiento/doctrina de San Juan de la Cruz nos han dejado un importante legado
que hoy alimenta a los cristianos en lo que a la mística se refiere y a los
literatos no creyentes en lo que
respecta a la poesía.
En
esta última parte del artículo voy a ofrecer unos pocos ejemplos de este
legado.
La ciencia de la Cruz en San Juan.
Edith Stein en Scientia
Crucis, última obra que escribió a partir de agosto de 1941, por encargo de
sus superiores y para conmemorar el cuarto centenario del nacimiento de San
Juan de la Cruz, nos ofrece –con su inteligencia filosófica y la experiencia
mística que estaba viviendo como sor Teresa Benedicta de la Cruz- , una
profundización teórica, además de lingüística y espiritual, de la expresión
propia del Doctor Místico “noche oscura” que interpreta como scientia crucis.
Stein aclara
que “no tomamos el nombre de ciencia en su sentido
corriente: no se trata de pura teoría, es decir, de una suma de
sentencias verdaderas o reputadas como tales, ni de un
edificio ideal construido con pensamientos coherentes.
Se trata de una verdad bien conocida, la teología de la Cruz, pero
una verdad real y operante: como semilla que depositada en el centro
del alma crece imprimiendo en ella un sello característico y determinado de tal manera sus actos y
omisiones, que por ellos se manifiesta y hace cognoscible. En este sentido es como puede hablarse de ciencia de los santos y a él nos referimos cuando hablamos de ciencia de la Cruz”.
Origen y fundamento
La filósofa y santa nos recuerda que “el 28 de noviembre de
1568, Juan de Yepes, juntamente con otros dos compañeros, se comprometió a la observancia de la Regla primitiva y tomó
como título de nobleza el sobrenombre de la Cruz. Era todo un símbolo de lo que andaba buscando al abandonar el Convento
Carmelitano de Medina, desligándose con ello de la
Observancia mitigada, cosa que ya anteriormente había
procurado hacer viviendo conforme a la Regla primitiva, para lo cual
había obtenido particular licencia. Así se manifestaba
la característica especial de la Reforma: la vida de los carmelitas
descalzos debía basarse en el seguimiento
de Cristo al Calvario y en la participación en su Cruz”.
“Muchos creyentes se sienten
atormentados, porque los hechos de la Salvación o nunca les han impresionado, o ya no les impresionan tanto como debieran, y ya no conservan para sus vidas la fuerza formativa
de otros tiempos. La lectura de la vida de los santos les hace volver a la
realidad y
ver que donde la fe es en verdad viva, allí la doctrina de la fe y las grandes obras de Dios constituyen el
núcleo de la vida; todo lo demás queda postergado y únicamente conserva su valor en cuanto está informado por
aquellos. Es el realismo de los santos,
que brota del sentimiento íntimo y fundamental
del alma que se sabe
renacida del Espíritu
Santo. Cuanto en esa alma entra, ella lo acoge en forma adecuada y su correspondiente profundidad, y encuentra con ello una fuerza viva, impulsora
y dispuesta a
dejarse moldear, y no impedida por obstáculo ni
entorpecimiento alguno, que se deja moldear, dirigir
fácil y gozosamente por lo que ha recibido. Cuando un alma santa acepta así las verdades de la fe, éstas se le convierten en la
Ciencia de los Santos. Y cuando su íntima forma está constituida por el misterio de la Cruz, entonces esa ciencia
viene a ser la Ciencia de la Cruz.”
El mensaje de la Cruz
Stein
considera los sufrimientos que el santo experimentó durante su vida “como mensajes que le animan
y preparan a llevar
la Cruz”.
Lo que
“comprendemos simbólicamente bajo el nombre de Cruz, todas las cargas y sufrimientos de la vida, pueden considerarse como mensajes de la Cruz, ya que es precisamente
por su medio como mejor se puede aprender esta ciencia”.
Cuando contaba Juan las aventuras que había tenido, “solía añadir
que nunca había experimentado tanto consuelo, porque había
sido tratado como el mismo Salvador y había podido probar la dulzura de la Cruz”.
“¡Cuánto debió sufrir no pudiendo decir Misa ni una sola
vez en los nueve largos meses de prisión! El día del Corpus, día en que acostumbraba a pasar largas horas de oración arrodillado delante del Santísimo, hubo de quedarse
sin decir Misa y sin comulgar”.
“Sentirse indefenso, entregado a la maldad de encarnizados enemigos, sufriendo en cuerpo y alma, separado de todo humano consuelo y hasta de la fuente de energía de la vida
sacramental de la Iglesia, ¿podía darse una más dura escuela de
la Cruz?
«¡Oh! quién
pudiera aquí dar a entender y ejercitar y gustar qué cosa sea este consejo que nos da aquí el Señor...;
aniquilación de toda suavidad en Dios, en sequedad, en
sinsabor, en trabajo,
lo cual es la pura cruz espiritual y desnudez de espíritu pobre de Cristo... Porque buscarse a sí
en Dios es buscar los regalos y recreaciones de Dios; mas
buscar a Dios en sí es no sólo querer carecer de eso y de esotro
por Dios, sino inclinarse a escoger por Cristo todo lo
más desabrido ahora de Dios, ahora del mundo; y esto es amor de Dios».
“La doctrina de la cruz que San Juan de la Cruz nos enseña no podría
considerarse como ciencia de la Cruz en el sentido que
damos a esta expresión, si tan sólo tuviese como base el entendimiento. Pero lleva el sello auténtico de la Cruz. Es una
ramificación inmensa de un árbol cuyas raíces han penetrado en lo más profundo del alma y se alimentan
de la sangre misma del corazón. Sus frutos los podremos contemplar en la vida del
Santo.”
Resurgimiento del olvidado San Juan de la Cruz.
Esparza (1943) sostiene que ”lo
cierto es que España no descubrió ese nuevo mundo prodigioso y apasionante de
poesía, hasta que lo contemplaron, resplandeciente de claridad
desconocida, Menéndez Pelayo
en España, Peers en Inglaterra y
Pfandl en Alemania . Para honor nuestro
hemos de decir que fue nuestra
sensibilidad, la de nuestro tiempo, la que vibró de emoción inenarrable y efusiva
ante la lira del más grande poeta. En nuestra
alma, como en
la carabela de Colón las primicias sorprendentes de
nuevas tierras, llegó por primera vez hasta la conciencia humana el primor también
sorprendente de aquella zona poética que parece desencajada de
las moradas celestes donde los
coros de los ángeles pulsan las divinas arpas...”
“Y he aquí que aquellos versos y
aquellas prosas que fueron escritas por
Fr. Juan de la Cruz,
a ruego de
frailes y monjas y que por más de
dos siglos no
merecieron ni siquiera
una mención de recuento, lograron
la suprema categoría, por parte de críticos, investigadores y sabios, que puede
alcanzar una producción literaria. Del olvido
llegó, vertiginosamente, a la más
alta cima de superación y en
ella, desde entonces, fulgura con la llama misteriosa y atrayente de un encanto
que cada lectura renueva.”
“He
aquí el caso, verdaderamente excepcional, de este hombre, caso extraordinario,
además, que toma proporciones desorbitadas porque pensadores racionalistas como
Delacroix, Rousselot y Baruzi, entre otros, lo encumbran hasta el supino
elogio, como filósofo y psicólogo original, por su doctrina de las Noches.”
Alberto Barrientos (1980), en la presentación a las obras completas del
santo, dice que el siglo xx ha sido el mejor lector de San Juan de la Cruz.
Solamente en este siglo se han publicado más y mejores estudios sobre él que en
los tres siglos anteriores. Y un dato curioso y revelador: han sido los
estudiosos de nuestros días
los que le han dado el título de poeta, pensador,
teólogo... “contemporáneo”. Una lectura rápida de la bibliografía sanjuanista y
un oído atento a los acontecimientos religiosos de la actualidad nos descubren
otra faceta insospechada en el pasado: la presencia de San Juan de la Cruz más
allá de la Iglesia católica, más allá incluso del mundo cristiano.
Este panorama es a la vez motivo de satisfacción y de inquietud para los editores de sus obras.
De satisfacción, porque
buena parte de esta actualidad y universalidad del Santo es el fruto de anteriores y beneméritos esfuerzos editoriales; y de inquietud, porque
ese público y ese pasado obligan
a una continua superación.
San Juan de la Cruz tiene un público concreto, el más veterano y, sin duda, el más numeroso, el que busca en las obras del Santo la lección de un maestro para su vida práctica. Las inquietudes y esperanzas
de este público van por otro camino: encontrar una edición que facilite la comprensión. Este público sería mucho más numeroso si Juan de la Cruz no arrastrara con su nombre varios tópicos disuasivos. Todos los tópicos llevan consigo una buena carga de verdad y una exageración
de esa verdad que distorsiona la realidad. Que San Juan de la Cruz es un autor ascético que sacude sin contemplaciones las mismas raíces del hombre es algo que está patente en sus escritos; pero no lo es menos que ese ascetismo tiene sus raíces en la radicalidad del Evangelio, leído y vivido sin fáciles componendas, y que todo ese ascetismo
no es, en su sistema, más que una parte de un proceso que busca únicamente
elevar al
hombre a las más altas
cotas de su dignidad y grandeza. Nadie
ha
hablado tan altamente
del hombre, ni nadie ha
hablado tanto de amor como San Juan de la Cruz.
La labor de clarificación, de ayuda a una lectura más
clara e inteligente, ha
sido la finalidad que
se ha propuesto Federico
Ruiz en sus amplias introducciones y notas doctrinales. En las introducciones encontrará el lector un esquema claro y completo de toda la obra, que le prepara para una lectura más fácil del texto sanjuanista. Las notas doctrinales aclaran algunos puntos más oscuros de la lectura y sitúan en el hilo del esquema
de la obra que, a veces, es fácil perder por las digresiones del autor o por una terminología que ya no nos es familiar.
Las actualizaciones de J.M. Ballester.
El
Padre Ballester, luego de sus estudios e investigación, se
ha esforzado en poner al alcance de cualquier lector una doctrina
que, por su oscuridad, quedaba relegada a personas selectas: Cántico espiritual leído
hoy, Subida del Monte Carmelo leída hoy, Noche oscura leída hoy, Llama de amor
viva leída hoy, Las moradas leídas hoy, Vida de Teresa de Jesús leída hoy,
Camino de Santa Teresa leído hoy, y Teresa de Jesús nos habla hoy. De esta suerte nos ha facilitado los secretos interiores que una autentica antropología y una clarividente teología no puede desconocer.
Como una muestra de lo
dicho hago referencia a una de sus actualizaciones.
Noche
oscura leída hoy (1980)
Hoy el mundo necesita místicos, porque tiene graves
problemas, que sólo ellos
pueden solucionar y San Juan de la Cruz ayuda a formar místicos.
Pero Ballester
quiere “destacar un fenómeno quizá llamado a revolucionar nuestra mentalidad
ascética, excesivamente activista, eficaz e intelectualizada, en provecho
de la mística, ya poner en luz de nuevo a nuestros místicos.
Me refiero a la orientación oriental de muchos sectores
occidentales, particularmente entre la juventud.
Buscan allá, a impulsos del grito del ser humano, una mayor dosis de misticismo, que no encuentran en la religión que han visto demasiado formalista a veces y excesivamente dogmática, autosuficiente, dura, intransigente y maniquea. Y que ha perdido entre la hojarasca
de los detalles la joya sustancial y principal”.
Gustave Thibon
(1987) “ve
en esto una moda y un esnobismo en busca de lo exótico
y lejano. Pero ese afán por lo novedoso
puede tener y va a tener seguramente una feliz contrapartida, que es el conocer indirectamente a nuestros místicos, a quienes no conocieron por ser de casa y porque no se les supieron presentar, y porque, digámoslo todo, tuvieron mala prensa.”
“Si no me equivoco,
dice Ballester, creo que vamos a encaramos afortunadamente con un acontecimiento de síntesis
de dos culturas, de la que ambas pueden
resultar enriquecidas.”
“El esfuerzo por injertar en nuestra mística cristiana la psicología y técnica orientales
puede ser de una fecundidad
enorme e insospechada. Y nótese que hablo de psicología y técnica, nunca de religión
y teología.”
Es evidente que la finura, penetración inteligente, sagacidad y exquisitez con que los
orientales dominan el funcionamiento de la mente y su interacción con el cuerpo
por la experiencia de cinco mil
años está muy por encima de
lo que nosotros, occidentales, hemos conseguido y elaborado. Así lo han visto los Obispos de Asia, que, reunidos en Asamblea Plenaria para tratar el tema de la oración,
han declarado: «Asia tiene mucho que
dar a la auténtica espiritualidad cristiana: una oración ricamente desarrollada de toda la persona en unidad cuerpo-psyche-espíritu; oración de profunda interioridad e inmanencia;
tradiciones de ascetismo y renuncia; técnicas
de contemplación de las antiguas religiones orientales, como Zen y Yoga; formas de oración simplificadas, como el nam-japa y el bhajans,
y otras expresiones profundas de fe y piedad
de aquellas personas que con mente y corazón
se dirigen fielmente a Dios en su vida cotidiana» (1978).
En una de sus reflexiones sobre la poesía francesa, Paul Claudel
(1980) escribe la famosa parábola
de Animus y Anima. “Animus
es el intelectual. Anima es la intuición,
la originalidad, la fantasía creativa. Animus es pedante,
vanidoso, tiránico. Anima es ignorante, jamás ha ido a la escuela, no la dejan hablar. El hombre occidental es acusadamente lógico, racionalista, voluntarista, crítico,
intelectual; es más Animus que
Anima. Su cultura ha sido desarrollada durante siglos en un ambiente donde Animus ejerce su influencia
totalitaria”.
En la cultura
del oriental, el pensamiento lógico-conceptual es olvidado para dar la primacía a estados de conciencia
que caen más allá de lo puramente racional. En la base de la cultura oriental
están la intuición,
la familiaridad
con lo inefable y misterioso, la experiencia que trasciende lo que es definible con exactitud y que materialmente se puede palpar,
medir, contar.
San Juan de la Cruz, considerado por los orientales como un verdadero
Yogui -el Yogui por excelencia-
nos conduce por esta senda con una diferencia de los orientales: “él quiere que el
alma se entregue al ocio santo cuando se sienta movida a ello por unos signos especiales, y no le permitirá adelantar esa hora divina.
Real Academia Española
de la Lengua (1992)
El día 10 de mayo de 1992, el
Excmo. Sr. Don Víctor García De La Concha en su discurso leído en su
Recepción Pública como miembro de la
Real Academia Española de la Lengua abordó
como tema de su disertación “Filología y Mística: San Juan de la Cruz, Llama de amor viva”.
En el inicio de su intervención hizo alusión a
que Menéndez Pelayo señalaba que es
por la poesía
mística en España
la lengua castellana había merecido «Ser llamada lengua de ángeles».
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La de San Juan de la Cruz, en concreto,
le parecía tan «angélica, celestial y divina» que no creía «posible medirla con criterios
literarios», si bien, añadía,
«el autor era tan artista [...] que tolera y resiste este análisis».
Apenas si lo esbozaba
él en unas líneas apretadas. Iba a desarrollarlo, en cambio, en un trabajo
fundamental, otro académico
eximio, el inolvidable don Dámaso Alonso, quien recataba la audacia del estudio acotando,
humilde, que lo hacía
«desde esta ladera». Era la ladera de la filología. Desde ella, con
la autoridad que le prestaba
su sabiduría, iba a sentenciar a propósito de Llama de amor viva: «¡Alta gloria haberse acercado oscuramente hacia el misterio, como nunca con voz de hombre, en el poema; haber intentado
escudriñar claridades, como nadie,
como nunca, en el comentario!»
“A medio siglo de distancia, el poema, «en su dificilísima sencillez», y el comentario, en la bella «lucha desigual en que [con la experiencia mística y con su expresión lírica] enviscadamente se afana» , siguen incitando al estudio integrador. No cabe afrontarlo más que desde esta ladera, porque desde ella avizoró
Juan de la Cruz la otra. En el «Prólogo» a un libro sobre El Zohar, del místico medieval judío Moisés de León, decía
don Miguel de Unamuno que la originalidad de una obra mística no está en su contenido racional sino “en el ruahh”, en
el soplo sonoro,
que es sustancia de la palabra.
La mística -explicaba- es, en su mayor parte, filología, lingüística»”
“Merece la pena reflexionar un poco sobre la doble vertiente de la afirmación, la que contempla
la tarea del místico escritor
y la que desde ésta deriva hacia la lengua
de un pueblo. Nadie ha definido mejor
que San Juan de la Cruz la experiencia mística:
«Y si lo queréis oír, consiste esta summa sciencia en
un subido sentir de la divinal
esencia; es obra de su clemencia hacer quedar no entiendo,
toda sciencia trascendiendo». De ahí que él mismo afirme en la Declaración del poema «Llama
de amor viva» que el lenguaje propio de cosas tan subidas «es entenderlo
para sí y sentirlo y gozarlo y callarlo el que lo tiene» (Ll 2,21).”
La
sola mención a Marcelino Menéndez Pelayo
[8]
y Dámaso
Alonso
y Fernández de las Redondas [9] nos da una idea
de la importancia de San Juan de La Cruz
en los tiempos actuales.
Benedicto XVI (2011)
Benedicto
XVI el 16 de febrero de 2011 en
la Audiencia
general en la Sala Pablo VI
se dirigió a los presentes diciendo: “Queridos hermanos y
hermanas, al final queda la pregunta: este santo, con su alta mística, con este
árduo camino hacia la cima de la perfección, ¿tiene algo que decirnos también a
nosotros, al cristiano normal que vive en las circunstancias de esta vida de
hoy, o es un ejemplo, un modelo sólo para pocas almas elegidas que pueden
realmente emprender este camino de la purificación, de la subida mística? Para
encontrar la respuesta debemos ante todo tener presente que la vida de San Juan
de la Cruz no fue un «volar en nubes místicas», sino que fue una vida muy dura,
muy práctica y concreta, tanto como reformador de la Orden, donde encontró
muchas oposiciones, como superior provincial, como en la cárcel de sus
hermanos, donde estaba expuesto a insultos increíbles y a maltratos físicos.
Fue una vida dura, pero precisamente en los meses pasados en la cárcel escribió
una de sus obras más hermosas. Y así podemos entender que el camino con Cristo,
ir con Cristo, «el Camino», no es un peso añadido al ya suficientemente duro
fardo de nuestra vida, no es algo que haga más pesada esta carga, sino que es
una cosa totalmente distinta, es una luz, una fuerza, que nos ayuda a llevar
este peso. Si un hombre lleva dentro de sí un gran amor, este amor le da casi
alas, y soporta más fácilmente todas las molestias de la vida, porque lleva en
sí esta gran luz; esta es la fe: ser amado por Dios y dejarse amar por Dios en
Jesucristo. Este dejarse amar es la luz que nos ayuda a llevar el peso de cada
día. Y la santidad no es una obra nuestra, muy difícil, sino precisamente esta
«apertura»: abrir las ventanas de nuestra alma para que la luz de Dios pueda
entrar; no olvidar a Dios porque precisamente en la apertura a su luz se
encuentra fuerza, se encuentra la alegría de los redimidos. Oremos al Señor
para que nos ayude a encontrar esta santidad, dejarse amar por Dios, que es la
vocación de todos y la verdadera redención”.
Carmelitas
Descalzos (OCD)
La
Orden de Carmelitas Descalzos fue fundada por Santa Teresa de Jesús y San Juan
de la Cruz en 1562 y fue aprobada en 1593 por Clemente VIII.
Actualmente
se divide en tres ramas: monjas contemplativas, frailes y hermanos terceros o seglares.
Hay también desiertos de ermitaños.
La
finalidad esencial, tanto para la Orden Religiosa como para la Orden Seglar, es
la consecución de la perfección evangélica mediante el compromiso profesional
de tender a ella en castidad pobreza y obediencia.
Ahora surge un nuevo tipo de servicio apostólico peculiar al
que se da prioridad: el apostolado o la pastoral de la espiritualidad. Abierto
a las necesidades de la Iglesia y a los desafíos del mundo de hoy, hay que dar
el primer lugar a este servicio apostólico. Esta es la forma concreta de
ofrecer, en la corresponsabilidad con la vida consagrada, una colaboración más
eficaz a la Iglesia a partir de nuestra identidad carmelitano-teresiana.
El P. Camilo Maccise, Prepósito General de la Orden, señala que “Estamos llamados a ofrecer a las Iglesias locales y a nivel de la Iglesia universal, una colaboración específica a semejanza de la de los frailes y monjas del Carmelo Teresiano: testimoniar y transmitir las riquezas de la experiencia de Dios y de la vida de oración como apertura a la trascendencia, fuente de esperanza y de compromiso, terreno de diálogo con las confesiones cristianas y con las grandes religiones”.
El P. Camilo Maccise, Prepósito General de la Orden, señala que “Estamos llamados a ofrecer a las Iglesias locales y a nivel de la Iglesia universal, una colaboración específica a semejanza de la de los frailes y monjas del Carmelo Teresiano: testimoniar y transmitir las riquezas de la experiencia de Dios y de la vida de oración como apertura a la trascendencia, fuente de esperanza y de compromiso, terreno de diálogo con las confesiones cristianas y con las grandes religiones”.
Orden Seglar de los Carmelitas
Descalzos OCDS
La tercera expresión de la Orden
de los Carmelitas Descalzos no nace por decreto, es una floración de la misma
Orden. La Iglesia concede a las almas selectas que desean vivamente una vida de
perfección, y por circunstancias especiales no se consideran llamadas al
claustro, el singular privilegio de poder agregarse al Instituto Religioso, con
tal que observen una Regla más suave y fácil, sin necesidad de alejarse del
mundo, ni dejar a sus parientes, ni descuidar las obligaciones que contraen al
vivir en el siglo.
En efecto es una asociación de
laicos que se comprometen a procurar la perfección evangélica en el mundo,
inspirando y nutriendo su vida cristiana con la espiritualidad y la orientación
del Carmelo.
Los laicos de la OCDS buscan vivir el
carisma carmelitano teresiano en el medio del mundo, en la familia, en el
trabajo y en las circunstancias normales de la vida civil, gestionando los
asuntos temporales y ordenándolos según las enseñanzas de Jesús en el Evangelio
y conforme al carisma de Santa Teresa de Jesús. Siguen las huellas de Teresa
sobre la oración e intentan vivirla como amistad con Dios, allí donde se
encuentran, pues “el verdadero amante en todas las partes ama y se acuerda del
Amado”. Pero también la viven en la liturgia, en la escucha de la Palabra de
Dios, en los sacramentos y en devoción a la Virgen del Carmen, modelo de la
vida cristiana y carmelitana.
Este es
el apostolado que en todos los sentidos que el Concilio Vaticano II y el Papa
Juan Pablo II han enfatizado en los documentos. Apostolicam Actuositatem y Chistifideles
Laici.
Algunos miembros de la Orden se expresan a sí de su opción: “Algunos ingresan también en conventos dedicados al estudio y difusión de la personalidad de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, dentro de sus funciones en la Iglesia Católica.” “Otros sentimos el fuerte deseo de acercarnos a esta espiritualidad teresiana, manteniendo nuestras ocupaciones laborales y familiares.” “Recibimos formación y guía espiritual y de oración en distintas parroquias del Carmelo Descalzo y, como dice la Santa “… nos hacemos espaldas” en el camino de seguir las huellas de Cristo.”
Algunos miembros de la Orden se expresan a sí de su opción: “Algunos ingresan también en conventos dedicados al estudio y difusión de la personalidad de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, dentro de sus funciones en la Iglesia Católica.” “Otros sentimos el fuerte deseo de acercarnos a esta espiritualidad teresiana, manteniendo nuestras ocupaciones laborales y familiares.” “Recibimos formación y guía espiritual y de oración en distintas parroquias del Carmelo Descalzo y, como dice la Santa “… nos hacemos espaldas” en el camino de seguir las huellas de Cristo.”
II Encuentro CICLA Bolivariana OCDS
La Conferencia Interregional
Carmelitano-Teresiana para Latinoamérica (CICLA) es un organismo permanente,
formado por las circunscripciones de la Orden de los Carmelitas Descalzos,
existentes en América. Su finalidad es la comunicación y cooperación entre las
demarcaciones que la componen, en los diversos campos de la vida y acción de la
Orden: formación, pastoral, promoción de la espiritualidad, entre otros.
En el 2011 se llevó a cabo
el II Encuentro que reunió a las delegaciones de Bolivia, Ecuador y Perú.
Fue en Lima del 8 al 12 de agosto donde CICLA se reafirmó en
las propuestas de la I CICLA Bolivariana realizada en Quito, Ecuador, en Agosto
del 2009, que siguen teniendo validez en todas sus partes y que deben ser
recordadas por cada una de las circunscripciones. Además se llegó a importantes conclusiones y recomendaciones.
Amor y Cruz
Jesús Martí Ballester abrió en 1965 el surco de una nueva Institución en el seno
de
la Iglesia: la obra «Amor
y Cruz », que en gran parte se inspira en la doctrina de San
Juan de la Cruz. Su meta
consiste en formar hombres y mujeres de sólida oración y de una fe firme y profunda. Hoy la Iglesia necesita personas que sean verdaderos
orantes en espíritu
y verdad y se conviertan en verdaderos maestros de oración.
Concluyo
este artículo recordando con Ballester (1980) que Pablo VI, en la audiencia general
del 14 de agosto de 1969, propugnaba la necesidad de retornar a la oración personal:
«Porque debemos reconocer
que la irreligiosidad de tantas personas de nuestro
tiempo hace muy difícil
el encender la plegaria fácil, espontánea, jubilosa, en las mentes de nuestros
contemporáneos.»
Y
el mismo Papa el 22 de agosto de 1973
se lamentaba de que «No se quiere orar ya; no se sabe orar; muchísimas gentes no rezan, y por motivos
terribles, pero falsos.
Conocemos la gravedad
de esta afirmación, la cual se refiere
a la gran polémica con el ateísmo práctico
y con el ateísmo teórico
de nuestra época».
Pues
bien San Juan de la Cruz
resume toda su tesis en que el hombre deje de ser carnal y se haga espiritual, en que de humano se transforme en divino.
Toda esta inmensa tarea la realiza
Dios en el hombre en el crisol de la oración contemplativa,
que el Doctor Místico designa con el símbolo que ha creado felizmente para ella: noche oscura.
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Alonso. Enciclopedia Católica «Omnia docet per omnia». ec wiki. Lima.
[2] En 1618 se publica la editio princeps de sus obras en Alcalá
de Henares, aunque sin contener el Cántico espiritual. Fue
reproducida en Barcelona en 1619. En 1622 se publicó en París por primera vez
el Cántico en lengua francesa. La primera edición española con el Cántico
incluido salió en Bruselas en 1627, por Juan Meerbeeck, año en el que también apareció en Roma la
primera versión italiana. El título Cántico espiritual figura por vez primera en la edición
de Jerónimo de San José, publicada en Madrid en 1630.
Para muchos estudiosos, la mejor publicación de fue escrita
por Fr. Jerónimo de San José O.C.D (Madrid, 1641), pero, no siendo aceptado por
los superiores, no estaba incorporado en las crónicas del orden, y el autor
perdió su posición de analista.
De sus obras no se conservan autógrafos ya que, a medida
que las componía, se ayudaba de compañeros para copiarlas en limpio. Luego
estas obras eran puestas a disposición de sus frailes y monjas que las volvían
a copiar, siendo al final estas las que se han conservado.
[3] En el
pireneo del Alto Aragón existe una formación rocosa que ha venido en llamarse Salto de Roldán por
cuanto, según la leyenda, cuando el carolingio Roldan se retiraba hacia Francia, fue
rodeado en una de las peñas y para
deshacerse de sus perseguidores, espoleó a su caballo de tal suerte que -de un
salto- alcanzó la peña de enfrente
dejando marcadas sus huellas en la propia roca.
[4] La mística designa un tipo de experiencia
en que se llega al grado máximo de unión del alma humana con lo sagrado, con
Dios, durante la existencia terrenal. Es un tipo de poesía a lo divino,
esto es, a los referentes, cabe sobreponerles un sentido último y trascendental
de carácter religioso.
[5] La filología se ocupa principalmente del estudio de los
textos escritos, a través de los que se
intenta reconstruir, lo más fielmente posible, el sentido original de los
mismos con el respaldo de la cultura que en ellos subyace.
[6] Existen dos versiones conocidas
del Cántico Espiritual : el Cántico A que tiene 39 estrofas, y el Cántico B,
más tardío, reelaborado por Juan de la Cruz con fines pedagógicos, teniendo una
estrofa más.
Después de una polémica entre
comentadores españoles y franceses alrededor de la autenticidad de la segunda
versión, las traducciones francesas dan sólo el Cántico A. Las ediciones
españolas dan este como un esbozo y
ponen al primer plano el Cántico B.
En realidad, la segunda versión
recupera lo esencial de la primera, pero extiende su amplitud a toda la vida
espiritual y reorganiza su estructura.
Además, a través de las distintas
imágenes que nos presenta, exalta elementos históricos, culturales y religiosos.
[7] Una de las características de la catequesis es la iniciación mistagógica, que significa básicamente dos cosas:
la necesaria progresividad de la experiencia formativa donde interviene toda la
comunidad y una renovada valoración de los signos litúrgicos de la iniciación
cristiana.
[8] Marcelino Menéndez Pelayo fue un polígrafo, político y
erudito español, consagrado a la historia de las ideas, la crítica e historia
de la literatura española e hispanoamericana
[9] Dámaso Alonso y Fernández de las Redondas fue un literato y
filólogo español, Director de la Real Academia Española, la Revista de
Filología Española y miembro de la Real Academia de la Historia. Premio Miguel
de Cervantes 1978.
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